Restaurante El candil en Siete Aguas
Restaurante El candil
País:
España
Provincia:
Localidad:
Tipo de cocina:

Añadir vino por copa

Precio desde:
23,00 €
(precio más bajo introducido por un usuario)
Nota de cata PRECIO MEDIO:
29 €
Nota de cata VALORACIÓN MEDIA:
6.5
Servicio del vino SERVICIO DEL VINO
4.5
Comida COMIDA
7.0
Precio medio entorno ENTORNO
7.8
RCP CALIDAD-PRECIO
7.0
Opiniones de El candil
OPINIONES
2

Que pena! ese fue el inevitable primer pensamiento que me vino a la mente a la salida del restaurante. El que otrora fue uno de mis restaurantes favoritos de la zona ha pasado por méritos propios a mi lista negra de sitios para no volver. Resulta desalentador tener que bajar a un sitio de tu particular olimpo de los dioses y nuevamente uno no puede dejar de recordar aquello de que "cualquier tiempo pasado fue mejor".
He visitado este restaurante al menos 5-6 veces a lo largo de mi vida y aunque hacía mucho tiempo que no lo visitaba pude observar nada más entrar que nada había cambiado, en este caso para bien, en cuanto a su decoración. Resulta, digamos, un sitio pintoresco y un tanto atípico pues su fachada conserva todavía la decoración de su función original y primigenia de pub irlandés, por lo que desde fuera no parece un restaurante. Dentro te encuentras una primera zona con la barra alargada a la izquierda y una serie de mesas de madera y con banco corrido que te recuerda de nuevo que esto en su día fue un pub británico donde la gente venía a tomar pintas de cerveza Guinness. Es al final, donde se encuentra el amplio salón decorado a modo de mesón castellano con mucha madera y su chimenea incluida, donde ya intuyes que te encuentras en un restaurante. Cuenta también con una amplia terraza tan agradable como desaprovechada pues no dan en ella servicio de comida/cena (ni en verano) y sólo la usan para que los apestados fumadores podamos tomar el café allí con nuestro cigarrito de rigor.
Por lo que pude observar la carta ha crecido considerablemente en su oferta y variedad aunque no así en calidad. Antes tenían una carta bastante escueta que no sobrepasaba los 20 platos entre entrantes, principales y postres pero como lo hacían todo tan bien no necesitabas más. Ahora tienen más del doble de platos pero sin la calidad de antaño. De nuevo me vuelve el refranero español a mi cabeza para recordarme aquello de "quien mucho abarca poco aprieta" o ese otro de "zapatero a tus zapatos". Buscando un ejemplo de lo que trato de decir me acuerdo de la televisión española de cuando era un niño, ya saben aquella que acababa de abrazar el color y donde la oferta de canales era muchísimo más escasa que en la televisión actual (solo dos cadenas, la 1 y lo que se llamaba UHF, más tarde rebautizada como la 2) pero con una calidad a mi entender infinitamente superior a la televisión actual repleta de canales en abierto pero donde la variedad de contenidos y calidad de los mismos deja muchísimo que desear.
A pesar de que hice la reserva de la mesa 5 días antes (previniendo que siendo el día de Pascua lo tendrían a tope) al llegar veo que nos habían puesto la peor mesa de todas, justo la que quedaba en medio de la sala, en tierra de nadie, aquella que nadie quiere pues es sitio de paso constante de camareros y comensales y donde uno, aun sin querer, se siente constantemente observado por todos y donde cualquier atisbo de intimidad y confort es inexistente. Bien, esta fue la primera en la frente pero para nuestra desgracia no iba a ser ni la última ni la peor.
Nada más llegar a la mesa y cuando acabábamos de tomar asiento llega uno de los camareros, nos trae la carta y nos pregunta si queremos tomar algo a lo que contestamos que pasaremos al vino directamente. Hasta aquí todo bien, de hecho la presteza con la que nos trajeron la carta hacia presagiar un buen servicio que nada más lejos de la realidad resultaría ser a la postre desastroso y caótico. A los 10 minutos le digo al camarero que puede tomar nota de la comanda pero me dice que eso sólo lo hace el jefe y que a él si le podemos pedir el vino. Así pues, le pido el vino, un blanco valenciano chardonnay de la bodega de Vicente Gandía que se dejaba beber agradablemente y que acompañó perfectamente todos los platos. En esas estábamos bebiendo vino y comiendo unas rodajas de pan con tomate que nos pusieron, supongo que para sobrellevar un poco mejo la espera y aplacar el hambre que a esas horas ya comenzaba a hacer mella en nuestros maltrechos estómagos cuando tras haberme leído y releído la carta 4-5 veces (además solo teníamos que elegir los entrantes pues el arroz lo teníamos ya encargado desde que hice la reserva telefónica) y pasados 15 minutos sin que nadie hubiera reparado en nuestra existencia (y eso que se nos veía perfectamente desde cualquier ángulo del salón al ocupar el centro histórico del mismo) le digo al jefe que se tome nota de nuestra comanda a lo que me contesta, sin prestarme mucha atención, que ahora no puede, así tal cual. Es en ese momento cuando ese sexto sentido que todos tenemos en nuestro interior te dice que aquella comida no va a ser ni mucho menos memorable. Tras otros 10 minutos más de tardanza por fin se acerca el que parece ser el hijo del dueño a tomar la comanda (éste parece que si está autorizado a tan delicada función), 35 minutos después de habernos sentado a la mesa.
Tras otros eternos 10 minutos, sin novedad en el frente, vuelve el camarero anterior para decirnos que uno de los entrantes se le había terminado y todo ello sin venir acompañado de la más mínima disculpa. Mi pareja y yo nos miramos con cara de asombro e incredulidad ante todo aquel desaguisado, y tratando de contener el malestar tuvimos que improvisar sobre la marcha (no nos trajo de nuevo la carta y por una parte fue mejor pues la demora hubiera sido todavía mayor) y según lo que iba cantando de viva voz a la usanza de la hostelería playera de hace 30 años, cambiamos el entrante inicial (delicias de camembert frito con mermelada de arándanos) por un surtido de croquetas caseras.
Por fin, una hora después de sentarnos a la mesa y con más hambre que el perro del afilador, nos traen el primer entrante que eran unas gambas en gabardina de patata con brotes y salsa de soja que estaban bastante buenas y que apaciguaron un tanto nuestro desvalido estómago. El segundo entrante, para el que hubo que esperar otros 15 minutos, fue el surtido de croquetas caseras de 3 tipos: gambas (buenas), de setas (normalitas, sin destacar)y de la abuela (con una mezcla de cocido y chorizo que tenían un sabor y una textura muy conseguidos, sin duda la mejor de las tres). Cuando el camarero vino a traer las croquetas, y escarmentados ya de tanta tardanza, le pregunté que como iba el arroz a lo que me dijo que ya lo tenían y antes de que se arrepintiera de su afirmación le dije que lo fueran trayendo ya, con lo que nos dijo que en cuanto acabaremos las croquetas lo traía rápidamente y por una vez cumplieron con los tiempos previstos.
El arroz era el que siempre había pedido y que pasa por ser su especialidad: " Arroz meloso de conejo, con boletus, foie y trufa negra". Tenía la esperanza de que un arroz sublime como en anteriores veces había comido allí pudiera arreglar el desastroso servicio. Pues bien, mi gozo en un pozo, también fallaron en esto y lo que recordaba como un arroz con personalidad propia, excelente sabor y aroma, se había transformado en un arroz bien ejecutado en cuanto a su cocción (con el grano suelto) pero falto de sabor y personalidad, resultando un tanto insípido y que parecía hecho con prisas y sin ningún cariño.
Por lo que respecta a los postres, una de las partes donde más se nota la ampliación de su oferta, pedimos una tarta de canela y otra de chocolate blanco. Después de 10 min de haberlas pedido, vuelve el camarero joven para decirme que la tarta de canela se le ha terminado. Lo peor de toda aquella situación tan surrealista era el observar con incredulidad como todo aquello me producía más vergüenza ajena a mi que al camarero que parecía impasible y como si la cosa no fuera con él. Finalmente tuve que activar de nuevo un plan B y a bote pronto, a esas alturas ya no tenia ganas ni de pensar, me decanté por un socorrido tiramisú antes de aventurarme en empresas más arriesgadas. La verdad es que he de decir que los postres fueron de lo mejor de la comida, pues además de presentar un perfecto y estético emplatado, todos ellos son caseros lo que se nota en su textura y sabor. Estaban los dos bastante ricos destacando el de chocolate blanco.
Terminamos con un café cortado para mi y 2 chupitos de crema de orujo cortesía de la casa, supongo que con la ingenua idea de que con 2 copitas iban a arreglar tan desastroso servicio.
Puede que tuvieran un mal día (todos los tenemos alguna vez) y doy fe de que aquel día estaban hasta los topes de gente, pero creo que ni una cosa ni la otra justifica semejantes fallos en el servicio que solo indican falta de previsión y profesionalidad, descoordinación absoluta entre cocina y sala, ausencia total de alguien que lleve el timón de aquel barco (al jefe lo encontré muy mayor y desmejorado desde mi anterior visita y el hijo no parecía tener dotes de liderazgo) y desconocimiento absoluto de las más elementales normas del servicio al comensal. Repito una vez más, es una verdadera pena que sitios como éste con un potencial tremendo (por la zona y el pueblo en el que se encuentra, por su característica decoración y por ofrecer una cocina casera y autóctona) se echen a perder por no cuidar determinados detalles y sobre todo por ofrecer un servicio pésimo. Yo sintiéndolo mucho no creo que vuelva por allí.

Cené el otro dia en este estupendo restaurante, guiado por un buen amigo. En efecto no me defraudó. El trato fue espectacular, sin decir que ibamos recomendados y la cocina abundante y de calidad. Buena carne de buey y la sepia especial. Postres caseros (La tarta de 3 chocolates deliciosa)

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