Nos lo recomendaron para comer arroz y para allá que fuimos. Local con unos diez lustros de historia. Dispone de una barra con tabuteres a la entrada a modo de típico bar, junto con unas pocas mesas que pueden utilizarse también para almuerzos y cenas. Al fondo está el comedor, mejor acondicionado para comidas formales. Decoración rústica, con predominio de madera y motivos marineros, a la entrada y algo más elegante en el comedor interior. Ambiente familiar, de clientela de toda la vida en chanclas y toalla al hombro. Servicio de trato muy, pero que muy familiar. Menaje de batalla, copas de las que ponían en las bodas allá en los 70, con la copa de vino de tamaño mínimo y cristal a prueba de golpes. Manteles y servilletas de algodón blanco, de las que no quedan. Carta escueta a base de platos tradicionales, con especial hincapié en los arroces. También dispone de algún menú que no miramos. Mención especial para las tartas caseras que se exponen a la entrada al comedor principal. Las elabora la propia cocinera y parecen sacadas de una pastelería de las buenas. Carta de vinos de supermercado con precios x2 aprox. Servicio del vino consistente en apertura y primer llenado.
No nos complicamos la vida. Un surtido de tapas (12,-€) para compartir y una paella del senyoret -con todo pelado- también para compartir (14,50€). El surtido de tapas consistió en tres langostinos congelados de tamaño medio, un par de croquetas correctas, unos pocos mejillones con una salsita por encima, tres calamares a la romana sin historia y un pegote de ensaladilla rusa en medio del plato. La paella fue otra historia. Aunque se hizo de rogar, finalmente pudimos disfrutar de una paella muy rica. Pero lo mejor fue el postre: una tartaleta de fresas y plátano rellena de crema (3,50€) para chuparse los dedos, cosa que hice.
Mi hijo tomó un menú infantil (7,60€) consistente en macarrones con tomate, lomo rebozado con patatas, un helado y un refresco. Sencillo, sencillo.
Para beber, una botella de agua grande y una botella de Ermita d'Espiells 2014 (13,-€) servida con su cubitera correspondiente.
Fue como volver a la Barceloneta de mi infancia. Paco Alcalde, El rey de la gamba, el griterío de la clientela, los críos berreando,... Una reliquia.
Con el local lleno hasta la bandera, la comida se retrasó más de media hora. En cambio, las noches que pasamos por delante del local, apenas tenía clientela, pese a ofrecer un menú de tapas.