Restaurante Le Tamerici en Roma
Restaurante Le Tamerici
País:
Italia
Localidad:

Añadir vino por copa

Precio desde:
50,00 €
(precio más bajo introducido por un usuario)
Nota de cata PRECIO MEDIO:
50 €
Nota de cata VALORACIÓN MEDIA:
3.8
Servicio del vino SERVICIO DEL VINO
3.0
Comida COMIDA
4.0
Precio medio entorno ENTORNO
5.0
RCP CALIDAD-PRECIO
3.0
Opiniones de Le Tamerici
OPINIONES
1

Prefacio. 17 horas de la tarde. En Roma. De nuevo en Roma. Mi ciudad europea preferida. La ciudad eterna; tanto como mi admiración hacia ella. Y, puestos allí los pies, el ritual habitual: salida de mi hotel en el barrio de Prati, para degustar mi primer helado a la primera de cambio, cosa que, esta vez, hago en la Gelateria la Romana (al final de la maravillosa Via Cola di Rienzo) con un buen resultado, que lo sería mejor si no fuera porque el barquillo era mejorable.

Pero sigamos … que luego volveremos a los helados.

Cruzo el Puente Margherita para admirar, una vez más, la magnífica Piazza del Popolo, sabiendo que la duda que siempre me surge -¿Me siento en el Canova o en el Rossati?- no tenía lugar porque la hora no se prestaba aún para ello. Bajada por la vía del Corso -mi propia tenía que mirar sus primeras opciones de compra, para preparar la siempre temida jornada de compras del día siguiente- para, una vez pasada la Via Condotti (que deja la admirable visión de la Plaza de España y la Iglesia de Santa Trinidad del Monte-) llegarme hasta la Piazza Venezia y vuelta de nuevo hacia atrás, para ir a tomar el spritz correspondiente en la Piazza delle Copelle.

Finalizado ello, y de camino al Restaurante, nos detuvimos a presentar los debidos respetos al monumento que, según dicta la leyenda, todo aquel que quiera volver a Roma debe hacer, nada más llegar, si su sueño es volver a Roma: La fontana di Trevi. Cumplido dicho trámite, y sabiendo que, una vez más, tendré la oportunidad de volver, nos dirigimos al Restaurante aquí comentado, situado a tres minutos de donde nos encontrábamos (ojo, que la calle está un poco escondida) movido por dos razones: 1) su pretendida buena fama; y 2) que, según Rafa Nadal -sí, el monstruo de la raqueta-, es el sitio donde mejor pasta se come en Roma.

Y oigan, además de buen gastrónomo, soy un tanto mitómano -inenarrable la “clavada” que me pegaron por un chupito de bellini en el Harry’s Bar de Venecia por sentarme en la misma mesa en la que se sentó Ernest Hemingway-.

Pues eso, que por ambas razones allí que nos plantamos y, dado que en este caso el mito es tenístico, permítanme que narre mi comentario, cuando sea menester, en términos análogos, a la par que presento mis disculpas por el “rollo” previamente contado.

Entorno: El exterior, pues ya les digo. Una calle pequeñita, sin mayor interés que el estar al lado de la Fontana. En cuanto al interior, la primera impresión es buena. Limpio, más bien pequeño, con maderas en el techo, pintado en Blanco y con pocas mesas, y todas llenas, lo que denota que el negocio funciona, sin duda. Las mesas correctamente vestidas, cubertería correcta, vajilla blanca de toques modernos y copas schott. Ambiente intimista. Espacio entre mesas un poco justo (sobre todo la nuestra con la de al lado), pero en general todo correcto. De momento, la raqueta parece que funciona y que el partido va a estar a la altura, pero …

Servicio y servicio del vino: Doble falta para empezar: 1ª) Más de 15 minutos para dirigirse a nosotros; ni siquiera ofrecernos agua, ni tampoco la carta. Sólo después de pasado ese tiempo se dirigieron a nosotros para ofrecernos la carta y saber si queríamos agua, opción que rechazamos porque queríamos vino 2ª) Ante ello, y a la par que la carta, el camarero nos proporciona la carta de vinos, la cual consistía -atención- en una hoja de papel corriente, plastificada, con -asómbrense- 10 vinos para elegir, creo recordar que 5 tintos y 5 blancos. Por tanto, primer y decisivo juego perdido.

Ante la inmensa variedad ofrecida opté por elegir un vino blanco de curioso nombre: Elfo Bianco. Como sabrá cualquier admirador -o frikie- del Universo Tolkien, el Elfo es un ser bello, admirable y casi puro. Pues lo siento, pero, EMHO, este vino no reúne dichas cualidades. Cierto es que a un vino de 5,60 en página web (sí, lo busque) no se le pueden pedir cohetes, pero -y aquí viene el smash en toda la jeta de un servidor- lo que es imperdonable es que te cobren por él 25 euros!!! Insulto al público: warning y un nuevo juego perdido.

El servicio del vino consistió en el descorche y su presentación en cubitera con hielos. Una vez, a mitad de comida, el dueño hizo la intención de servirnos… pero escuchen porque no le di tal posibilidad.

Y ello tiene que ver con la Comida:

La carta -esta vez sí, presentada como Dios manda, sin ser tampoco muy allá- no es muy larga. Antipasti, Pasta y Segundos. Como solemos hacer casi siempre -soy más de comer que de cenar-, pedimos 2 antipasti a compartir y, en principio, íbamos a por esa magnífica pasta que, al parecer, hace honor al establecimiento.

Pero hete aquí que, en los primeros compases del partido -cuando aún ni nos habían atendido-, nuestros compañeros de la mesa de al lado -franceses, para más señas-, habían pedido sendos platos de pasta, habiéndole preguntado ella a él el famoso ¿qué tal?... La respuesta fue clara -Rien (nada)- y su cara, un poema. Pues nada, descartada la pasta… Otra en la frente, y otro juego a la basura. Vamos llegando al final.

Los antipasti consistieron en lo siguiente:

1) Una pasta brick con forma de canelón relleno de ricota, acompañado de crema de espinacas. Originalidad poca. Tamaño menos. 16 euracos.
2) Un pulpo braseado: tres pequeñas extremidades ¡tres! del cefalópodo en cuestión. Que estaba rico, pero repito el comentario anterior. Escasísima ración. No les pongo el precio, luego cuento el porqué.

En lo que concierne a los ¿principales?, allí van:

1) Mi propia pidió el pescado del día: Consistente en un calamar relleno ¡uno!, de un tamaño, nuevamente, impropio, más si se trata de un plato principal. Lo mejor: el fondo caldoso. Lo pero: 20 euracos.
2) Y aquí llega la culminación: quien les habla se pidió rodaballo. Siendo muy agradecido diré que era la tercera parte de uno de los lomos de un rodaballo de tamaño medio. El que tengo en casa para comer mañana es Moby Dick a su lado. 24 euracos la ración.

Menos mal que los grissinis eran buenos, porque si no para salir muerto de hambre.

Y llegamos al match ball ¿se salvará quien en tan comprometida situación se encontraba? Dado que no quisimos postre ¿serán capaces de sacarnos unos petits fours, unos biscotini, lo que sea…?

Bien, pues ya han acabado ¿no?. Pues aquí tienen la cuenta, majos: Y la misma vino con dos sorpresas:

1) No nos cobraron uno de los antipasi. Nada dijimos. Compréndanme: algún juego teníamos también que anotarnos a nuestro favor.
2) Nos quisieron cobraron una botella de agua que no nos sirvieron (4 e.). Tengo la suerte -y la poca modestia- de reconocer que domino decentemente la lengua de Dante. Si no, o si no dominas el inglés, al final estas te las tragas.

Total: 50 lereles por cabeza … y un hambre … que sólo me hacía pensar en salir de allí para dirigirme -raudo y veloz- a la cercana heladería San Crispino para tomar su helado homónimo de crema con miel, el cual -les aviso- sólo se sirve en copa (de ahí que se les conozca como los “puristas” del helado en Roma).

Por tanto, el partido había acabado. Como mucho, con un 6-1 en contra. Y el caso es que no puedo, porque me resulta imposible, culpar de ello a mi admirado Rafa Nadal, ejemplo de lo que es la humildad, el tesón y la constancia. Por ello, porque te admiro, déjame, Rafa, que te de un consejo: si quieres probar buena pasta en Roma -en su versión clásica- ve a Armando al Phanteon (mañana lo comentaré) o a Roscioli; y, si ya es en una versión más moderna, vete al Quinzi Gabrieli.

Porque en éste, seamos serios, no sé yo si sabrán de gastronomía -ni lo afirmo, ni lo niego-, pero lo que te puedo asegurar es que, en lo que concierne a las cantidades para poder opinar de lo anterior, van muy justos y apretados: tanto como los gayumbos que te pones para jugar los partidos que disputas.

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