Última noche en Venecia.

Zapateando, hoy solitos, pues dejamos a mis hijas cenando a orillas del Gran Canal, cerca de Rialto. Nosotros reservamos sobre la marcha en otro de los recomendados por el jefe de sala de Algiubagio, cuando le preguntamos por lugares auténticos, de comida veneciana.

Después de intentar en varios conseguimos mesa en este Osteria da Alberto, en Cannaregio, pero en la parte que está más cercana a Castello.

Muy guapo el camino y muy chulo en emplazamiento, a la orilla de un canalillo, junto al puentecillo, para acceder a él tienes que embocar esa callejuela por un sinuoso acceso.

El local es pequeñito, cálido, “vivido”, muy rollo vieja trattoria italiana sin nada aparentemente destacable, pero con alma y duende. Mesas muy juntas, poco espacio, poco o nulo pasillo… Tiene como dos cuerpos, la entradilla en la que hay tres o cuatro mesas, y una pequeña sala separada de la anterior por un arco. Rusticismo, madera, fotografías, botellas de vino, mimbre…

A tope de gente, de las más variadas nacionalidades, parecían pertecer a lo que llaman “turismo de nivel”

Venga, al lío:

• Fritura mixta

• Spaguetti alla busara

• Pulpo guisado

• Tabla de quesos

Bien la cena, todo estaba rico y natural, nada para tirar cohetes ni para pasar al recuerdo, pero salimos satisfechos.

A la fritura aquí le meten de todo, desde gambas peladas a cigalitas y langostinitos enteros, pasando por calabacín… Los spaguetti sin concesiones a la galería ni al turismo, al más rabioso dente de nuevo. El guiso de pulpo -que iba a ser pulpito pero se terminó- muy sabrosón, cómo no, con su polenta. Y los quesos, mejorables, demasiado suaves.

Pero si por algo recordaré este restaurante es por lo que disfrutamos bebiéndonos el mejor vino tinto que he tomado en mucho tiempo: Zenato Ripassa 2012 Valpolicella Ripasso DOC Superiore. Una auténtica pasada, no tengo palabras, sí emociones. Y recuerdos.