Llegada a Sevilla, ¡queeeeeeeeeeeeeeeeé calor!, duchita, largos paseítos por los lugares must (queeeeeeeeeeeeeeeeeeeeé gozada) y a cenar.

Entre paseíto y paseíto, llamadas a los garitos recomendados. Ya me avisaron los del apartamento: --“Agosto en Sevilla… difícil que encuentre algo que merezca la pena abierto, aquí no quedan más que los guiris y los currantes”. Y encima era lunes. Pues eso, que llamé como a 10 restaurantes como 10 veces a cada uno… ¡y ni siquiera uno descolgó el teléfono!, ¡ni siquiera en uno saltó un contestador! La eterna letanía de los pitidos. Qué desesperación.

Pues nada oye, nos vamos a pasear por el barrio de Santa Cruz, que nos faltaba además por patear, y alguno nos dará de cenar. ¡Anda, pero si está todo abierto! ¡Y todo lleno! ¡Pero si estos 3 a los que he llamado 10 veces a cada uno y no me han contestado ni saltado buzón están abiertos! ¿Qué pasa en Sevilla?

Bueno pues tras lanzar esta pregunta al aire algo mosqueado, la verdad, previendo astutamente que nadie me la iba a responder, procedimos y elegimos uno que tenía una estética muy chula, de taberna sevillana clásica pero bien plantá y con bonito diseño, todo madera, verdes y rojos reventones, con dibujos de tomates por todos lados. Molaba. Y a los recomendados que no han pillado el teléfono, que les den. Además estaban llenos.

La terraza no parecía muy cómoda, así que pasamos para adentro. Guapo, como digo. Pero ya al acomodarnos, las formas… como que no. Y al sentarnos… las mesas… como que no estaban muy limpias. Pringosas, esa palabra define muy bien su estado.

El camarero tardó ladediosescristo en tomarnos la comanda. Y como que no era muy simpático. Ahora que, iban a toda pastilla. O faltaba gente o faltaba eficiencia.

Todo al centro, ¡Andalucía power hombre!:

• Pimientos aliñados con melba y langostinos
• Pisto de la casa con huevo de codorniz
• Tortilla de patatas con salmorejo
• Croqueta de jamón y hierbabuena
• Croqueta de cola de toro y cabello de ángel
• Pavías de bacalao
• Caña de lomo

Tardaron mucho menos en sacarnos la cena que en tomarnos la comanda. La cocina funciona. La sala no.

No puedo decir que cenáramos mal, tampoco bien, aunque es justo reconocer que la croqueta de cola de toro y cabello de ángel estaba muy rica y que la caña de lomo, cortada a gruesas lonchas, estaba sabrosa y tierna.

Pero… ¿saben por qué pedimos caña de lomo? Pues les cuento: porque pedimos jamón y nos dijeron "que no podían, que es que no había nadie libre que supiera cortarlo"… ¡Lo que oyen! Pero el lomo, como es más fácil, pues sí, se dignaron a cortarlo. ¡Maaanda co…!

Un desastre. Las cartas en la mesa toda la cena, los platos apilados uno tras otro, sacaban uno y no retiraban la fuente anterior, no había pan…

Para beber, unas cuantas copitas de Manzanilla La Gitana, gran y humilde compañera que mitigó el golpe.

Pedimos la cuenta y… ¿cuánto creen que tardaron?

Ahora que, al salir la misma y ver el prize… Pues uno se explica muchas cosas: 15’5€... Desde luego, por ese dinero, pegaíto casi a la Giralda, prefiero esto mil veces antes que un McDonald's. Pero como no creo que me encuentre nunca en esa tesitura pues… como que no volveré. Como que no me busquen ahí.