Restaurante Osteria Vecio fritolin en Venecia
Restaurante Osteria Vecio fritolin
País:
Italia
Localidad:
Cód. Postal:
Tipo de cocina:

Añadir vino por copa

Precio desde:
60,00 €
(precio más bajo introducido por un usuario)
Cierra:
Lunes y martes para la comida
Nota de cata PRECIO MEDIO:
60 €
Nota de cata VALORACIÓN MEDIA:
3.0
Servicio del vino SERVICIO DEL VINO
3.0
Comida COMIDA
3.0
Precio medio entorno ENTORNO
4.0
RCP CALIDAD-PRECIO
1.0
Opiniones de Osteria Vecio fritolin
OPINIONES
1

Prefacio: Llegado de nuevo a Venecia -una vez más, maravillosa, a pesar de que empieza a hacer fresco y la noche se echa encima pronto-, llega el momento de, tras las reuniones universitarias oportunas, ir a cenar con los colegas italianos, dándose una circunstancia habitual en este tipo de ocasiones que hasta ahora no había comentado: que la persona que se encarga de elegir los sitios para cenar es la mujer de uno de mis citados colegas, la cual, con muy buen criterio, se apunta al viaje cada vez que tenemos que reunirnos.

Este hecho es algo habitual en mi profesión, pues las respectivas parejas de quienes desempeñamos la profesión de docentes universitarios suelen acompañarnos, si las vacaciones y el tiempo lo permiten, cuando el destino, como es el caso, bien lo merece. Y, como compensación al hecho de pasárselo bien mientras los de la Academia nos dedicamos a lo nuestro, las parejas suelen ocuparse de buscar un buen sitio para disfrutar de una buena cena. Y ello lo hacen, en ocasiones -me consta-, con muy buen ojo, pero en otras, ay (suspiro), con más intención que acierto.

Y, de nuevo, esta vez fue de las segundas, circunstancia que paso a explicar sin más preámbulo.

Localización y entorno: Utilizaré las palabras de su propia web “Lejos de las rutas turísticas habituales”. Totalmente cierto. Se encuentra en medio del Barrio de Santo Croce, posiblemente uno de los más intrincados -que ya es decir- de Venecia. Reconozco abiertamente que, a diferencia del resto de los restaurantes en los que he estado, a éste no sabría volver si no fuera de día, con calma y con buen mapa. Por su situación, simplemente no lo recomendaría para cenar, pues -insisto- es difícil de encontrar.

El entorno exterior no merece la pena ni comentarse: una auténtica calluja pequeña y estrecha, la cual alberga la osteria comentada hacia mitad de la calle. Una puerta de madera con cristales, situada bajo una cartel rojo con el nombre del restaurante, da paso a una osteria, a mi juicio, atípica, pues la misma no presenta el habitual espacio diáfano con un conjunto de mesas, sino que las mesas se van colocando a lo largo de los diferentes pasillos, recovecos y un pequeño saloncito algo más amplio que, en su conjunto, da una capacidad para 60 comensales.

Dicho interior me pareció un poco triste, anticuado, gastado. Creo que un pintor no ha pasado por allí desde tiempos inmemoriales. El pavimento del suelo transmite la misma sensación. A ello se une una iluminación discreta y, como toda decoración, algunos cuadros con pequeños grabados. Solamente algunos toque de madera y alguna pequeña viga al aire transmitía una ciertas sensación de calidez, de ambiente acogedor. La separación entre mesas es suficiente, aunque por la singular distribución del local puede que te toque una mesa un tanto incómoda (en el pasillo), cosa que a nosotros no nos sucedió, pues nos albergaron en un pequeño rincón que me obligaba a mirar, de una parte, a un trozo de pared, y, de otro, a un caballero que se parecía a Bob Geldof pero en feo (lo que ya es decir) y su acompañante, una señora unos cuantos años mayor. El sitio, directamente, no me gustó en absoluto. Ni siquiera puedo decir que fuera del todo limpio, tanto más por el detalle que comentaré al final.

En cuanto a la vajilla -blanca, del montón- y la cubertería, seguramente, conocieron mejores momentos allá por los 80’ del siglo pasado. Copas muy flojas, y de un grosor ciertamente inapropiado. Lo único aceptable, el mantel y las servilletas de tela. La mesa y las sillas -de madera- eran cómodas.

Servicio y servicio del vino: En general, flojísimo. Lentos de solemnidad. Tardones. El personal de servicio se limita a la jefa del negocio -una señora amable, pequeña y de considerables dimensiones- que ejerce de “controllator” y dos camareros altos y enjutos ataviados de negro, de los cuales nos fue a tocar uno que bien podría ser calificado de “modorro”(en la acepción aragonesa del término) o sea, más bien poco interesado en el suyo y un tanto desganado. Los tiempos entre plato y plato excesivos. Servidos, en ocasiones, con errores de mesa, amagándote con dejártelos, pero llevándoselos luego. En fin, un cierto descontrol.

El servicio del vino, sencillamente pésimo. Después de que a uno de mis colegas le diese por pedir un tinto -lo cual no comprendí, porque siempre habíamos pedido blanco con comidas similares a la que ahora se comentará-, el camarero procedió a aconsejarnos (no vi la carta), decantándose por un massi primafiorin de 2010 (un valor seguro -dijo. 11 euros en vinoteca). Servido para su prueba al colega italiano que, pretendidamente, presume de saber de vinos -a pesar de que desconoce la existencia de los Vega Sicilia???-, el mismo, tras coger la copa por el cáliz con toda la extensión de la palma de su mano, dijo que estaba muy bien, cosa incomprensible porque fue servido a la temperatura ambiente del local (sobre 20º), dando como resultado, EMHO, un vino absolutamente infumable.

La prueba de ello: que con la botella servida -que siguió calentándose a lo largo de la cena- nos llegó para toda la cena. Y, ojo, éramos 5!! La situación me recuerdo el lema de los mosqueteros: una para todos y todos para una. Evidentemente, me limité a probar una sola copa. El vino y el agua nos los servimos nosotros.

Comida: Carta muy limitada: 5 antipasti, 5 primeros y 5 segundos. Predominio del pescado en todos ellos. Poca variedad de pescado y escasas posibilidades en las preparaciones. Entre 15 y 25 euros por plato. Por mi parte, y visto lo visto, me decanté por una pasta y una fritura de pescados.

La pasta: Presentada en un plato hondo, la cocción simplemente correcta. Se trataba de unos linguinis con mejillones y almendras. Con un sabor bastante justo en su conjunto, he de decir que los mejillones eran de medio pelo, troceados algunos (mal cortados) y otros no, con unas almendras picadas que allí pintaban lo mismo -continúo con los aragonesismos- “que pichorras en pastriz”. En cuanto a la fritura de ¿pescados?, señalar que la presentación se hizo en “cartoccio”, es decir, envueltos en papel secante -tipo los que te dan cuando te compras unos churros-. La fritura muy floja y los pescados consistieron en calamares y más calamares, con algún trozo de berenjena, un salmón socarrado, y un langostino “viudo”, y digo viudo porque la comensal de mi izquierda -la mujer de mi colega- pidió lo mismo y a ella le pusieron también una pequeña cigalita.

Llegados a este punto, y reconociendo ya la imposibilidad de degustar algo de calidad, opté -optamos todos- por pasar del postre e ir directamente al tema licoroso, para lo cual llevaba la idea de pedirme un passito della pantelleria (pues mi anterior experiencia en este punto había sido agradable). Nada, imposible, no había. ¿Qué hacer? ¿Una grappa/un limoncello?... No, no, me dice mi colega entendido en vinos-, prueba el Fragolino.

La verdad, el nombre del licor ya me tiraba para atrás -fragola = fresa-, lo que me hizo pensar que me dirigía, de forma inmisericorde, hacía un licorucho de fresa que en nada envidiaría a los primeros tomados en mi primera -y alocada- juventud. Pero bueno, todo sea por la educación y no quedar mal, y allí que lo pedí, resultando aún peor de lo que pensé, en especial a la vista de la presentación del mismo: en una especie de copita propia de la cocina de la Señorita Pepis. Ello culminó el horror de una cena para olvidar si no fuera por tres detalles más que no pueden dejar de comentarse.

El primero: uno de mis colegas pidió café: el mismo debió venir directamente de Colombia, pues tardaron 20/25 minutos en servirlo. Por supuesto, sin petits fours, ni siquiera en versión biscottinis italianos (los sacan siempre).

El segundo: 60 euros por cabeza costó la broma (incluye el vino, tres botellas de agua y tres licores). Ahí lo dejo.

Y el tercero -el más de chiste-. Cuando abandonábamos el local de regreso al hotel, aparece, saliendo de la cocina de la Osteria, un perro salchicha (ojo, adoro los perros, pues 4 son los que he tenido) con dotes de “enseñorearse”, de estar como en casa. De ahí que mi mente maquinara las siguientes posibilidades: una, que fuera el propio chef disfrazado, opción descartada de inmediato al no ser aún carnaval; dos, que formara parte del menú, lo que también deseché, pues, como ya he comentado antes, la carta está “especializada” en pescado; de ahí que únicamente me quede la tercera y última opción, acorde con el conjunto del restaurante: Marranos, qué gaitas hace un perro -por muy limpio que esté- entrando y saliendo en una cocina que se precie.

Finalizo con lo que dice la propia página web del restaurante: “Vecio Fritolin tiene la misión de ofrecer lo mejor de la cocina tradicional veneciana revisitado con creatividad y ligereza, el enriquecimiento de la tradición de la cocina veneciana y las nuevas interpretaciones vibrantes. El juicio sobre los platos y la cocina lo dejamos a usted!”.

Pues ya he dejado ese juicio, amigos: y os aseguro que, en lo que a mi respecta, habéis fracasado rotundamente en vuestra misión.

PD. Crítica dedicado al Maestro Jack Nicholson, cuya película de nombre antónimo al título del presente comentario, unido a su brillantísima interpretación, me ha hecho reunir el sentido del humor necesario para darle una nota cómica al mismo.

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