Eran las ocho y media de la mañana del viernes 5 de octubre. Nos poníamos en marcha hacia el Penedés con interés, curiosidad y sobre todo, con mucha ilusión. El camino fue y se nos hizo largo. Seis horas: seiscientos veintidós kilómetros. Tras abandonar Castilla-La Mancha y adentrarnos por Aragón nos empiezan a asaltar letreros como manzanas invitando al pecado, en este caso en forma de flechas señalando a Calatayud, Cariñena, Campo de Borja… Llevábamos algunos cientos de kilómetros a la espalda y nuestras columnas vertebrales nos pedían a gritos una parada para estirar las piernas frente a una barra que tuviera un par de copas llenas de vino aragonés que saciara nuestra sed y elevara nuestro cansado ánimo. Muy al contrario, el... |
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