Otro gran vino de Eduardo Garcia

Fase visual:
De color rojo picota, con ribete granate, brillante, limpio, con una tonalidad viva y joven. Su capa es media-alta y tiene densa lágrima con bastante arrastre de color. Un vino que visualmente te atrae.

Fase olfativa:
Tiene en nariz una intensidad media-alta, con aromas sugerentes, de calidad y limpios. Es algo goloso debido a la gran profusión de fruta madura que sobresale del conjunto y a la que la crianza le ha cedido un lugar preponderante. Acompañando a la fruta hay multitud de notas balsámicas, cedro, toffees, torrefactos y hasta algún recuerdo láctico. En su conjunto es goloso, atractivo y de buena complejidad.

Fase gustativa:
Tiene buena entrada y desde el principio se manifiesta expresivo, jugoso y sabroso. Es de buena amplitud y estructura, con cuerpo medio. Muy frutal, balsámico, más bien seco, expresivo, concentrado y tostado.
Los taninos están pulidos, dulces, toda una gozada. La acidez es el alma del vino, tiene viveza y brío, equilibrando y dando frescura y nervio al paso de boca. Su final es largo, muy fresco, tan jugoso como todo él.

En resumen, nos encontramos ante un estupendo Ribera del Duero, en el que se nota el buen hacer de la bodega y la mano experta de Eduardo García, el menor de los hijos de Mariano García, responsable del viñedo y de la elaboración de los vinos en Romera de la Cruz.
Un vino que mantiene la línea de gran calidad, en una añada no especialmente fácil para la Ribera, y del que yo he tenido la oportunidad de catar en sus añadas 2004 y 2005, ambas extraordinarias.
A destacar en él su delicado trato de la crianza que a pesar de sus 20 meses de barrica no ha mermado protagonismo a la fruta, ni en nariz ni en boca, donde resulta amplio, elegante, expresivo, fresco y muy jugoso.
Su precio ronda los 25 euros, en mi opinión, más que justificados.