¿Pueden los elaboradores escaparse de las influencias recibidas? ¿Deben?
El otro día en uno de los restaurantes del gran Luca Bernasconi probé un par de vinos canarios que me llamaron poderosamente la atención. Son de un proyecto joven que para mí hasta ese día era desconocido: Envínate.
Bueno no me quiero enrollar con el proyecto que da para otro hilo. Voy al grano.
Cuando probé el tinto Táganan Parcela Margalagua 2012 lo primero que pensé era que estaba ante un vino gallego, por su frescura, por su salinidad, su ligereza y marcada personalidad…, y así se lo comenté a Luca. Él sonrió y me dijo, estoy de acuerdo, es un vino "muy atlántico".
Pero a la segunda o tercera vez que volví a él, tanto los aromas como los sabores estaban mucho más perfilados y te dirigían directamente a Francia. Se lo hice notar a Luca de nuevo y su sonrisa se hizo más ancha, sí, el enólogo responsable de este vino es un gran enamorado de La Borgoña.
En otro momento comentaré las cualidades de este vino que son muchas y variadas, pero donde me quiero centrar ahora es en el concepto de "influencia".
Otro elaborador que no estuviera tan enamorado de La Borgoña ¿habría imprimido ese carácter a este vino?
Si la respuesta es sí, entonces tenemos que probablemente las uvas (varias, más de 10 y de viñas centenarias) con las que lo elabora y el suelo donde crecen las cepas, tienen marcadas similitudes con esta región francesa.
Pero si la respuesta es no ¿Hasta qué punto un vino debe elaborarse según parámetros diferentes a los que marca su procedencia? ¿No se está interfiriendo en la personalidad del terruño? El imprimir tus gustos y/o preferencias en un vino ¿lo desvirtúa?
No sé si me explico bien, la idea que tengo en mente es complicada. Por poner un ejemplo es como si un escritor escribiera de la manera que lo hace su escritor favorito y no escuchara su potencial interio. Se le podría considerar una copia de su escritor de referencia y no ser considerado por su propia valía...