El 18 de diciembre del pasado año 2012 fui una de las/los pocas/os escogidas/os para asistir a una Cata-coloquio en Madrid, de la mano de la Guía Peñín y acogidos bajo la hospitalidad de Bodegas Santa Cecilia, que presentaba los vinos de las bodegas agrupadas en Autóctona de El Bierzo.
Yo al menos sí me sentí así, escogida, aunque no puedo decir que fuera un sentimiento unánime puesto que algunos de los asistentes no estaban convencidos del interés intrínseco del Encuentro e incluso han reconocido posteriormente que no les gustaban estos vinos, por lo que se me escapa el porqué de su asistencia a no ser que sea debido a un “querer estar en todas partes” y que conste que yo “quiero estar en todas partes” pero quiero hacerlo para aprender, no para criticar o hacer de menos.
En dicha Cata-coloquio se reunían bodegas que al menos yo no había visto juntas anteriormente -algunas ni siquiera las conocía- y nos iban a hablar de sus vinos en primera persona. Pero había más que eso, había un sentimiento de estar todos unidos por algo invisible pero tangible: el afán de dar a conocer no sólo su zona de elaboración, El Bierzo, sino una manera de ver la elaboración del vino fresca, franca y aunque innovadora, pegada a las raíces de sus cepas, de sus terruños. La manera de verlo de una generación que revolucionó El Bierzo.
Algunos de los vinos allí presentados eran similares pero otros eran muy distintos por lo que para empezar se caía el mito de un único estilo en El Bierzo y puede ser que por ello, el vino que trae a colación este post fuera el más malentendido del acto, pues se comportó de manera distante a los demás reclamando un tiempo de evolución que no le fue concedido.
Casi desde el momento de ser vertido en la copa hubo voces clamando que no estaba en buen estado por los iniciales aromas terciarios que se escapaban de la copa entremezclados con una humedad mineral.
Yo no supe aislarme de ellas pero tampoco era capaz de unir la mía a las suyas puesto que pensar que un vino que te presentan como bueno está malo es algo muy serio y además, yo había catado
la añada 2005 de ese vino un año antes y lo recordaba precisamente como superior en nariz a boca.
No ayudó en absoluto que alguien ajeno a la agrupación berciana acaparara la mayor parte del tiempo de coloquio e impidiera que hubiera una comunicación fluida entre elaboradores y asistentes.
En fin... la unión de la falta de tiempo y del ambiente poco propicio generado, provocó que se tratara a este vino, el Riba del Cúa Privilegio 2006, con mucha injusticia.
La bodega quedó muy preocupada por los comentarios -tanto orales como escritos- que fue recibiendo y estando convencida de que el vino estaba en perfectas condiciones hizo llegar una botella del mismo vino a los asistentes al acto.
Estas son mis impresiones después de catarlo y sobre todo de observarlo, durante más de veinticuatro horas.
RIBAS DEL CÚA PRIVILEGIO 2006
Fecha de cata: 05.03.2013
De color rojo picota muy brillante, se encuentra en transición a tonalidades amarronadas. Su lágrima es abundante pero no tinta el cristal.
De la botella se escapan frutillos negros, notas salinas y toques ahumados desde el descorche. Ya en la copa y sin movimiento, aparecen muy claras hojas de tabaco, un intenso frescor acompañado de ligeros balsámicos y notas de cuero fino.
Cuando se mueve el cristal el amargor muta de las notas de cuero y hoja de tabaco al vegetal: ortigas; se intensifica el balsámico dulce: menta. En el aire se respira mucha humedad boscosa de musgo sobre roca y hongos entre raíces.
Al cabo de una hora los aromas lácteos golosos se adueñan de la nariz aunque sin tapar del todo el resto de aromas y asoman frutillos rojos. Dos horas más tarde, aparecen notas especiadas de pimienta negra espolvoreada sobre la humedad del musgo y los hongos.
En boca la entrada es potente, con marcada acidez que no molesta. Sabor a ahumados de nuevo y hojas de tabaco. Se va adivinando un postgusto dulce. El recorrido es sabroso, salado, comestible: "muy mencía"; el paso ligero pero marcado.
Con el paso del tiempo lo salado se amaina y una sábana de seda lo cubre. El incipiente postgusto goloso torna en un suave mentolado.
Catorce horas más tarde, al día siguiente:
Torrentes de humedad fluyen del cristal a la nariz bañando senderos de fruta roja en licor. Vuelven las notas lácteas dulces sin llegar a la nata pero sin el amargo del yogur natural.
Los aromas a tabaco y cueros finos son apenas un recuerdo y sin embargo destaca la piedra negra pizarrosa.
El contacto en boca se suaviza en inicio creciendo en el recorrido. Las notas salinas permanecen pero aparece el sabor vegetal a aceituna verde, sobre él se vuelca un intenso sabor balsámico de regaliz negro, sin molestar ni ser molestado por las notas yodadas. En ese momento lo siento muy cercano a las mencías gallegas.
Siete horas después:
En nariz se cierra pero en boca se mantiene ¡prácticamente igual!!!!
Dejo de analizarlo y me centro en disfrutarlo, en regodearme en sus matices y su placentero tacto.
Conclusión:
Es un vino maduro, adulto, de mencía vieja con trece meses de crianza en barrica sobre lías y años de reposo en botella. Todo ello le otorga un carácter perezoso en nariz que te compensa con una excelente complejidad de matices si no le metes prisa, si no le apresuras.
En boca, sus notas ahumadas y salinas te llevan a paladearlo como si fuera un alimento. Es fuerte y estructurado pero sin embargo dulcifica su presencia con delicias mentoladas.
En definitiva no es un vino apto para aquellos que no entiendan la mencía en su plena expresividad. Es un vino que puede ser incomprendido pero por todas sus características es un vino más que notable, un vino que te lleva a su tierra, que te enseña su terruño y su clima, un vino fiel a quien es, con la cabeza muy alta.
Desde aquí pido disculpas a la bodega por no haber sabido distanciarme de lo que me rodeaba durante la cata y le agradezco sinceramente que me haya dado la oportunidad de conocerlo en profundidad, tal y como se merece.
© Mara Funes Rivas - Marzo 2013