De cómo la luz se refracta a través de un prisma

De brillo intenso al trasluz, sus múltiples caras fraccionan la luz con chispas de brillante granadina, pero enfrentado directamente a la vista, las chispas se apagan y un brillo discreto ilumina su color frambuesa oscura amarronada, como el color de la mermelada de fresa sin colorantes antes de formar su caramelo.

Es de color boscoso, profundo, casi enmarañado, pero visto una vez más de perfil, te sorprende de nuevo con pícaros destellos de luz.

El primer contacto olfativo es tímido, se muestra cerrado.

Sutilmente te va desvelando una combinación de aromas balsámicos liderados por un perfume a regaliz negro que no impide el paso a una sub-capa de olor a cantera abierta, a piedra arrancada a la montaña.

La primera sensación en boca es fresca y especiada: pimienta blanca, clavo, con un discreto final amargo y el recuerdo a la tierra mojada.

Gradualmente, sin prisa pero sin pausa, aparece la fruta negra, ácida y dulce a la vez. Desnuda su potencia sin agresividad y el punto amargo va tornando a lácteo, crema, pero sin que sus raíces se desprendan de la tierra húmeda a la que se agarra con fuerza y determinación.

Dos horas más tarde conserva la misma frescura y desfachatez juvenil, las notas golosas se acentúan y aparece con fuerza el cacao con su combinación dulce y amarga. No pierde nunca la picardía picante llegando a dar un punto salado, que recuerda al azafrán.

El poliedro va girando y girando, mostrándote ora su dulzura ora su calor, ahora su bosque, luego su piedra. Expresivo sin apabullar, proclamando su enraizamiento en su tierra y su vocación universal.