Bonita cereza con menisco evolucionando, de capa media / media-baja.

Gran finura en nariz, con sutiles vainillas, tamizados ahumados, escondidas canelas y recuerdos de frutos rojos.

Si tuviera que elegir algún adjetivo para calificar el comportamiento en boca de este vino, sin duda sería “pulido”. Entra, pasa y sale con muchísimo cuidado, con gran elegancia y gracilidad. En esa ligereza danzan los añejos y la crema irlandesa.

Al salivar con esa acidez domada pero presente, no me cabe duda de que aguantará unos cuantos años más.

Cuando uno se acaba la botella, con el deleite del postgusto, afloran pensamientos cargados de nostalgia, vertebrados por la sensación de pérdida, por la convicción de que es una de las últimas botellas que quedan en el mundo de esta extinta marca, y uno se pregunta: “¿por qué dejaron de hacer este magnífico vino?”... “¿es cierto lo que cuentan del desencuentro entre el socio fundador y la bodega inversora?”... “¿será verdad que prefirió matarlo antes de someterlo a los caminos comerciales que planificaba el inversor?”

La presentación de este vino es insuperable. Haciendo gala a su nombre, va dentro de una preciosa reproducción de cartón de un antiguo códice de gran porte.

"Quiero fer una prosa en román paladino,
En qual suele el pueblo fablar a su vecino,
Ca non so tan letrado por fer otro latino:
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino"

(Gonzalo de Berceo, allá por el S. XIII)