Grande, grande, grande. Con un color miel, tirando hacia el caoba, limpísima y con mucho brillo.

La nariz es prodigiosa: se trata de una manzanilla que realmente está pasada, pero de las de verdad. Quedan recuerdos de flor marchita, de anís, de pimienta, de miel, de fruta escarchada, de chantillí, de pan tostado, de maderas, de sacristía, de bodega, de puros y de mucho más. 

Con una nariz así, si en boca resiste ya está todo dicho; hay que ver lo difícil que es aguantar ciertas manzanillas pasadas. A las que están recién embotelladas les suele faltar complejidad y ensamblado y si son demasiado maduras, a veces se caen. Pero cuando las abrimos en el momento adecuado, son tremendas porque además son frescas, como ésta y al mismo tiempo elegantes e intrincadas. Y si se trata de una que está tocada por la varita de la magia, entonces estamos cerca de ver a Dios.
 

 

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