Restaurante El Gamberro en Zaragoza
Restaurante El Gamberro
País:
España
Provincia:
Localidad:
Tipo de cocina:

Añadir vino por copa

Precio desde:
56,00 €
(precio más bajo introducido por un usuario)
Nota de cata PRECIO MEDIO:
56 €
Nota de cata VALORACIÓN MEDIA:
7.6
Servicio del vino SERVICIO DEL VINO
7.0
Comida COMIDA
8.5
Precio medio entorno ENTORNO
7.0
RCP CALIDAD-PRECIO
8.0
Aurelio_Gómez-Miranda_Franchesko_Vera_El_Gamberro_Zaragoza
Opiniones de El Gamberro
OPINIONES
4

Si algo hay en lo que confío -gastronómicamente hablando- es en los consejos de los miembros asiduos de este foro restaurantero. Por ello, las críticas positivas -actuales y pasadas- del presente restaurante, y el deseo de buscar algo diferente de lo habitual en sede Zaragozana, me llevó a efectuar la correspondiente reserva en el restaurante. Eso, y el nombre del local, que deja intuir que algo diferente tiene que ofrecer… Y cierto es que así fue.

Les cuento.

Ubicación y entorno: Muy, muy céntrico. Situado, en sus orígenes, un tanto a desmano del centro, ha cambiado su ubicación a plena zona canalla de Zaragoza. En pleno centro, ubicado en una de las calles que conforman el famoso “Tubo” de mi ciudad  y ubicado en el local  que anteriormente ocupaba el Restaurante Bal D’Onsera. Y, además, a 10 escasos metros -en la misma calle- del único bar de mi ciudad dedicado, en exclusiva, al noble arte del servicio de vinos generosos -La Venencia-, lo que te permite echarte esa manzanilla o fino previos que siempre se agradece.

En cuanto al local, ya la propia fachada te da cuenta de que el restaurante tiene un ánimo transgresor. Fachada colorida, con gusto, y respetando plenamente, en cuanto al interior, el entorno del antes citado Bal D’Onsera. La entrada da paso a un pequeño recibidor en donde resulta posible tomarse un vino o cerveza mientras se espera, a la que par que se ojea el expositor de vinos. Todo ello deja paso a la sala interior, bien distribuida, sin exceso de mesas y con una sillas confortables. La sala, en colores claros, está presidido por un retrato -magnífico- del chef, con una buena iluminación y un ambiente confortable.

En cuanto a la capacidad interior, no es muy amplia (+/- 40 pax), con una 10/12 mesas, lo que obliga -y más aún en el futuro- a efectuar la correspondiente reserva. En cuanto a la intendencia, todo adecuado -buenos platos, cubertería, y copas adecuadas (Schott), así como las servilletas excelentes. Todo ello, sin embargo, empeorado por un aspecto que -lo compartan o no- para mí es fundamenta: la mantelería.

La razón de mi “objeción” es simple. Todos los manteles de las mesas -sin excepción- están “manchados” voluntariamente (de soda, me dijeron), dando un aspecto -no de gamberrismo, sino de descuido (que no de suciedad). Habrá gente que lo acepte como la cultura del local y su filosofía. Pero lo siento, a mí no me cuadra. En definitiva, como no tenían un mantel “tradicional” terminamos comiendo sin él, cosa que, como se comprenderá, tampoco me gusta… Con lo cual, la cosa empezaba così/cosa… Pero vaya si se fue solucionando a medida que trascurría la comida.

Servicio y servicio del vino: Impecable. Esmerado y muy educado. Cierto es -reconozcámoslo- que casi estábamos solos- pero no me cabe duda de que el trato debe ser siempre así.. Perfectas transiciones en los tempos del servicio, sin prisa alguna. Y un detalle más que siempre destaco: dejan llevar botellas propias, opción que gustará o no, pero que a mi siempre me parece un detallazo siempre y cuando el vino que se llevé o uno similar -en mi caso, un soberbio Pisón 2005- no aparezca en la carta del restaurante. Servicio constante del vino por los camareros y perfecta explicación de los platos… Una auténtica delicia.

Carta de vinos -como bien dice en el comentario anterior el maestro Pablo Iñigo- mejorable. Pero también aquí impera la filosofía del local, buscando lo distinto.

Comida: Aclarémoslo desde el principio: sólo 2 menús (8 y 12 pases), y siempre a ciegas, esto es, no sabes lo que vas a comer, cambiando el menú con habitualidad y en función del mercado y la creatividad -mucha, pero mucha- del chef. Optamos por el menú corto, por aquello del vamos a ver… Y esto es lo que se degustó.

1) Snacks: a) Galleta de yogur, higo y foie: soberbia); b) Dim-Sum de chile con carne: crujiente y de magnífico sabor) y c) ostra ahumada, con bourbon y jugo de cerea: de buen tamaño y presentada sobre su propia concha. Sencillamente espectacular, con el ahumado hecho en la propia mesa. Intensidad y sapidez. De diez.

 

2) Maracugin: Un sorbete de maracuyá, presentado sobre su propia cáscara -partida por la mitad-, con un toque suave de ginebra y el acompañamiento en el fondo de -quédense con el tema- peta zetas. Tremenda la explosión de sabores. Otro de sobresaliente alto.

 

3) Cascarón las setas nos gustan un huevo: Sí, lo sé, hay que agarrarse con el nombre, que se las trae. Pues bien, se trata de un huevo batido -presentado en un recipiente que asemeja un huevo recién abierto el cascarón-acompañado de setas colmenillas. De menor dificultad y menos innovador, pero de buen sabor y textura.

 

4) Salmón marinado-mantequilla de coliflor-ajo negro-capuchina-polvo helado de col lombarda y sake. Excelente pescado, con una magnifica cocción que casi se derretía en la boca. Con un fondo compuesto por el resto de los ingredientes del plato, en el que destacaba, como curiosidad, el sabor del sake. Plato muy logrado.

 

5) Chipi cebolleta y Udon tostados al wok con mantequilla de avellana-pasta de soja roja y caldo dashi de garbanzos. Curiosa combinación con reminiscencia orientales, muy conseguida. Buen tratamiento de la pasta, con una cocción excelente. Mezcla explosiva de sabores.

 

6) Codorniz-jugo de ave y ostras-mini encurtidos-zanahoria y anisados. Primer plato de carne y, sin duda, no defraudó. De nuevo un magnífico tratamiento al producto principal, el cual se ve acompañado, de modo adecuado, de una magnífico fondo que permite, incluso, elegir, en cada bocado, el punto -más duce, más acido- de la codorniz.

 

7) Cochifrito-manzana al sansho-ensalada fress-ponzu de tamarindo y jugo de cochinillo. Presentado en forma de lingote, el cochifrito rememora su receta más tradicional de la mejor forma posible. Crujiente por fuera y tierno -muy tierno- por dentro. Casi deshaciéndose en la boca y con sendos acompañamientos refrescantes que permitan aligerar el tono graso del cochinillo.

 

8) Llegaba el final. Postre: Canelón de mango y yogur de oveja con aire helado de chocopic. Presentando en forma de 2 pequeños tubos, rellenados en su interior con una crema de queso (algo más sólida que el yogur tradicional) y con una base de espuma de chocolate. Vistoso y muy refrescante.

9) A todo lo anterior se añadieron los petits fours, bien trabajados y originales (como el mini-algodón de azúcar), que acompañaron con gusto a un buen café cortado y un té rojo.

Todo el menú se vio acompañado por los correspondientes panes, de una sola modalidad, pero muy correcto. Se repitió del mismo una vez sin coste adicional.

El coste total se fue a unos 102 euros/2 pax, con lo cual la RCP es más que buena. Como detalle, nos obsequiaron, al irnos, con una copia del menú. Ojo, en un folio arrugado totalmente y presentado en forma de pelota de papel. Con un par!

En definitiva, una buena experiencia, con la salvedad indicada del mantel que -insisto-, unido a un excesivo ánimo de extravagancia, quizá puede echar para atrás a más de uno. Pero es evidente que se trata de una nueva propuesta en una ciudad en la que, por desgracia, lo normal es que haya un poco más cada vez, pero habitualmente siempre es de lo mismo. Muy satisfactorio.

En primer lugar comentar que la Direccion del Restaurante ha cambiado, está en Blasón Aragonés nº6. El local donde antes estaba la Bal Dónsera. Teléfono 696 93 27 81. Reportaré en la ficha que hagan el cambio
Esperaba una cocina más informal quizás por el propio nombre del local o quizás alguna cosa fuera de este mundo, alguna locura que no entendería, pero practicamente todos los platos estuvieron muy correctos y sacando maneras de cocina que puede subir enteros.
Platos ocurrentes con mezclas de sabores y colores bien estudiados y sugerentes, sin entrar en propuestas frikies pero si toques personales innovadores. Interesantes entrantes (1), Curiosa forma de presentar una mousse o crema de ginebra con tónica de fruta de la pasión (2). Cascarón de huevo de crema de patatas y huevo, salteado de setas, panceta, migas muy rico (3). Gambón magnifico muy bien presentado y acompañado (4). Buen manejo de especias, flores, etc. Pez mantequilla curioso (5), pichón algo seco (6). Postre de chocolate y trufa (8)
Nos abrieron una botella que llevamos previa consulta y pagando descorche (10€) y alli tomamos una botella de Cholo 2015 (Loureiro) y un Tempore Generación 73 Garnacha, este por copas (3 comensales). Carta de vinos tendentes tb a algo Gamberros, meteria alguna referencia mas. Vajilleria curiosa y apropiada. Buena impresión de la propuesta.
167€ los 3 comensales

Gratamente sorprendido. Nos arrepentimos de haber pedido el menú corto, nos gustó y mucho. Pequeñas provocaciones , pequeñas gamberradas en la presentación, disrupciones graciosas que al acompañarse de una buena cocina te agradan , te satisfacen y nos permiten disfrutar. Personalidad, presentaciones y entendimiento personal de la cocina, pero asentada sobre buenos mimbres, con hechuras, con base. Una cocina que te divierte, pero no te asusta ni te enfada, porque aunque distinta es sencillamente buena. En Gamberro, se cocina bien y además te provocan, te divierten , te confunden pero te agradan. Un buen servicio joven, pero atento, con detalles que nos gustan, amable, desenfadado, pero haciendo bien su trabajo y con el restaurante lleno.Carta de vinos adecuada a las carcterísticas del restaurante. Gamberro merece una visita

En la zaragozana Avda. de Madrid, al comienzo de la misma, a un puñado de metros metros del mítico Casa Emilio. Tan cerca y tal dejos del mismo. Nada que ver. Antítesis. Clasicismo y ranciedad frente a vanguardia y descaro.

Íbamos poco menos que a ciegas, nos invitaban unos familiares-amigos que conocen y comparten nuestra pasión por la gastronomía. “Cuando vengáis a Zaragoza os vamos a llevar a un sitio que os va a encantar”, nos dijeron unas semanas antes. Y fuimos a Zaragoza. Y nos llevaron a un sitio que nos encantó.

Te quedas boquiabierto nada más entrar y no cierras la boca hasta que sales. Bueno, sí, para comer ;-)

Oño! No nos habremos equivocado? Aquí nos traen Joaquín y Julieta? Pero si esto parece un garito de okupas o pandilleros, y además a medio hacer… ¿¿¿???

Local con aire como de provisional, con tablones de madera que hacen de paredes en algún lado, un “burro” como perchero, una estufa de gas a la entrada mitigando el frío que entra por la puerta, pintadas en la pared del fondo, con la cara del chef en ella, en grande, a modo de retrato callejero, y con el curioso efecto de que bajo ella hay un ventanuco por el que se ve la cocina con la singular faz del cocinero apareciendo de verdad de vez en cuando por ella… Imagen rompedora, provocativa, transgresora, desafiante la del chef, Franchesko Vera. Igual que su cocina, como pudimos comprobar.

Franchesko Vera, no lo pierdan de vista, dará que hablar. Mucho. Ya lo está dando.

”Menú largo”, dijeron nuestros anfitriones. No lo dan por escrito, ni antes ni después. Lo cantan (rápido y mal) y tienes que pillarlo. Esto fue lo que pillé:

Capuchino de lentejas y foie
Lenguas de pato confiadas en salsa china con sésamo blanco
Crestas de gallo en tempura sobre crema apionabo con ragú de setas de temporada y teriyaki
Vitello tonnato de jamón ibérico, mahonesa de atún, caviar de chile y aceite de oliva
Cascarón de huevo de crema de patatas y huevo, salteado de setas, jamón, migas y trufa
Tartar de salmón y su crujiente de piel sobre una nata de ajoblanco de lichis
Suquet thai de pulpo
Secuencias de lo que sucede debajo de una ola de mar
Lechecillas glaseadas al wok con teriyaki y sanshou ahumada en tomillo limón
Magret de pato a la francesa con miel de naranja y cointreau
Brownie en construcción

Como avanzábamos: transgresor, rompedor, desafiante, provocativo… Tremendo documento. Se trata de una cocina y una estética radicalmente diferente, con innegables influencias diverXianas, streetXianas más bien. Aquí no hay amabiidad, amigabilidad, suavidad…. Aquí todo es ¡caña al mono!

Comienzas con un capuchino de lentejas y foie a modo de trampantojo servido en una tacita de café. Este plato hace que bajes un poco pulsaciones, bueno, pues algo suave, armónico, calor de hogar… No te fíes amigo, te están preparando para darte dos sopapos seguidos y meterte de lleno en la realidad de El Gamberro. Dos sopapos, dos: el primero en forma de lenguas de pato, y el segundo de crestas de gallo. Dos platos de espíritu alternativo, concepto, sabores y texturas agresivas… Uahhhhhh. Vale, vale, hemos despertado, estamos aquí en El Gamberro, sí, de verdad, lo sabemos, pero no nos peguéis más por favor… Venga pues tomad un vitello tonnato, pero os jodéis, porque lleva chiles por ahí… Y ahora os sacamos un cascarón de huevo. ¿Nos lo tenemos que comer? No, por esta vez no, sólo lo de dentro (una maravillosa crema de patatas, huevo, jamón y trufa). ¿Ahora qué vendrá? ¡Vaaaaya pedazo de tartar de salmón, con ese brutal ajoblanco de lichis! Y seguimos con un suquet oiga. ¿Suquet? Sí, pero de pulpo y cocinado en salsas thai, sentidito, especiado, punto dulce, picantón… Saborrrrrrrrrrrrr.

¡Ostrás! ¿Pero esto que has sacado ahora qué es? ¿Es del mismo cocinero? Claro. Es “Secuencias de lo que sucede debajo de una ola de mar”. Aibalaos, qué ejercicio intelectual más guapo y qué difícil de explicar. Hay que verlo y comerlo. La ola es un gran chip de arroz ondulado que cubre un tataki de atún rojo con miso que nada sobre una gran tapa trasparente (el mar) que contiene un humo blanco denso (espuma), que se disipa al destaparla y nos deja ver un lecho de piedras, algas, camarones y una ostra (fondo marino). Genial.

Va llegando el final… ¡Toooooma, qué lechecillas más bestiales, con toque japo! Y finalizamos los salados, como comenzamos: engañosamente amables, engañosamente correctos. Como si quisieran terminar preguntándote “¿Señores, les ha gustado el espectáculo?" Porque acabamos con un magret clásico (eso sí, riquísimo).

No puedo dejar de mencionar las presentaciones, por lo pintorescas: airgamboys, patitos de goma de bañera de niño, vasos de yogur, cascarones de huevo de avestruz...

La carta de vinos es cortita pero molona. De ella nos quedamos con un champagne de excelente RCP, Baron Fuenté Grande Réserve Brut al que le relevó un syrah de Cariñena resultón, Serendipia 2013.

El servicio está acorde con el local y el chef. Van vestidos como de pizzeros callejeros neoyorkinos, de negro, con la gorra, deportivas y tal. Una chica y un chico. Expeditivos. Agradable él, con acento andaluz, pero sin contemplaciones. Ella, con buena imagen, de raza negra, tenía oficio, te servía con efectividad, pero con marcado punto de altanería y soberbia y sin ningún detenimiento. No hubo manera de entender a la primera qué es lo que te ofrecían, pues cantaban los platos a toda pastilla y, sobre todo a ella, le molestaba soberanamente tener que repetírtelo, y lo hacía de nuevo con la misma rapidez por lo que opté por no preguntar nada más.

Pero ya digo que están perfectamente integrados con el espíritu de El Gamberro, son como tienen que ser para que te lleves la sensación que supongo que buscan. Has sido desafiado, si quieres comer aquí, tendrás que echarle huevos. Si se los echas y aceptas el reto, la experiencia es fantástica y altamente recomendable. Pero, y termino con la mítica frase que Hermann Hesse coloca en un cartel de su novela “El Lobo Estepario” que viene pintiparada:

Velada anarquista. Teatro mágico. Entrada no para cualquiera

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