Puck

Último viernes en La Tintorería I - Reedición del texto de 29.11.2010

El viernes volvió a ocurrir, el viernes el vino me volvió a hacer feliz. Y como suele ocurrir, me hizo feliz porque lo bebí con amigos, porque lo bebí relajada, porque las bodegas me presentaron a sus criaturas y pude compartir la emoción del resultado de la búsqueda del viñedo adecuado, de la parcela exacta, el orgullo del padre que presenta a sus hijos y te agradece que le brindes la oportunidad de contarte cómo fue gestado, de detallarte sus virtudes, de esconderte sus defectos.
 
Y todo ello en un ambiente en el que era difícil separar al proveedor del vendedor, al vendedor del cliente. Pocas veces he visto tanta camaradería entre bodegueros y vendedores, y menos aún entre los propios bodegueros. Era de verdad hermoso ver a representantes de distintas bodegas saludarse con abrazos, cálidos apretones de manos y amplias sonrisas. Y los anfitriones les acogían con más sonrisas, con más abrazos.
 
Llegué temprano, como yo siempre hago. Tuve la suerte de que las estrellas se conjuntaron para que, como en mi primer viernes, las bodegas fueran llegando poco a poco y yo pudiera ir descubriendo sus tesoros alejada de las acumulaciones y agobios que sin duda se producirían más tarde.
 
Fui nuevamente acogida con mimo, empujada a que empezara a probar “Ya hay una bodega lista, puedes ya empezar Mara que sabemos que te tienes que marchar temprano, toma el sacacorchos, ve abriendo las botellas (al de Bodegas Margón)". No hizo falta que me lo repitieran y ya estaba en la rampa (y no escalones como dije la primera vez) de camino a la primera parada de esa tarde.
 
El escenario había cambiado y en vez de estar colocados los tablones expositores en al pared del fondo y en la de enfrente de ésta, esta vez estaban colocados a lo largo de la pared de la derecha, y en el extremo justamente más a la derecha se encontraba la representación de Bodegas Margón, con su selección de vinos PRICUM, D.O. Tierra de León, localizada al sur de esta provincia. Un blanco fue el primero, pero no cualquier blanco, uva albarín autóctona, siete meses en fudre de madera francesa, aroma afrutado pero muy alejado de las piñas tropicales que invaden a muchos de sus primos gallegos, con un delicioso punto de acidez que se acentuaba en boca. Era un aroma tirando a denso, alejado de la alegría floral de otros blancos. En boca destacaba su consistencia, su estructura, con justa acidez, intenso, de largo recorrido y con notas lácteas. El rosado también era especial, 100% uva prieto picudo y paso por fudre de madera francesa durante 7 meses. Es de color mucho más oscuro que el habitual en los rosados y en nariz no ofrece la explosión frutal esperada, es más cerrado y cuando se empieza a abrir sorprende con notas lácteas. En boca tiene el cuerpo de un tinto ligero, de entrada fresca y fácil pero marcado cuerpo, con buena permanencia y postgusto sin perder la fruta que se aprecia más en boca que en nariz, acompañante sin complejos de carnes o guisos. Es la segunda vez que lo pruebo y me ha gustado mucho más que la primera, hace unos meses, entonces debía de esperarme un rosado al uso y éste no lo es. Probé también los tres tintos que se ofrecían, uno más sencillo, elaborado con uvas de las diferentes fincas y los otros dos, únicamente con uvas provenientes, cada uno, de una finca en particular, Valdemuz y Paraje del Santo. Estos caldos eran más complejos y hubieran merecido mayor atención y tiempo que no tenía, no obstante el Valdemuz me guiñó el ojo y lo buscaré en el futuro. Como anécdota antes de pasar al siguiente puesto, el bodeguero me ofreció un semi-dulce, Pricum Aldebarán Vendimia Tardía, 100 % verdejo, de intenso aroma, casi excesivamente alcohólico, pero que en boca sorprende con dulzura, y denso terciopelo.
 
Un agradable caballero francés esperaba al final del tablón, impaciente, con la cubitera llena de vino blanco, diferentes añadas de su BELONDRADE. Si mi memoria no me falla, ofrecía las añadas del 2008, 2006 y 2005. Es siempre un placer cuando alguien de fuera de nuestras fronteras habla con tanto cariño de nuestra tierra, es cuanto menos halagador que alguien del país de los grandes blancos, se enamore de nuestra uva verdejo y la escoja como núcleo su proyecto, con la intención de hacer un vino que sea agradable de beber en el momento de embotellar pero que crezca y crezca en bodega, casi hasta su madurez, y digo casi porque él mismo me reconoció que ojala tuviera el suficiente desahogo económico para poder guardar todavía algo más sus vinos porque lo que le apasiona es seguir su evolución, verles madurar. El 2008 era visualmente una fuente cristalina, con bonitos destellos amarillo pálido. El aroma era floral y muy fresco, en boca una delicia ligera para acompañar un aperitivo o un ligero entrante. El 2006 se hallaba en plena evolución, intensificándose mucho en nariz pero sin definirse, en boca ocurría algo parecido, habiendo ganado en estructura pero sin acabar de encontrar su sitio. Finalmente, el 2005 ya expresaba todo el potencial acumulado. El amarillo pálido había tornado en dorado, el aroma había perdido la flor para encontrar la intensa fruta y la golosa pastelería. En boca era ya un adulto, con paso firme, elegante y equilibrado, con untuosa mantequilla y amplitud que dejaban tras de sí una agradable sombra que te incitaba a seguir bebiéndolo. El caballero leonés se acercó a probar los vinos del caballero francés, bonito ver el interés por la competencia sin máscara alguna.
 
Los puestos entre el caballero leonés y el francés tenían botellas pero no maestros de ceremonias por lo que descendí para encontrarme a dos generaciones de una pequeña bodega familiar de Ribera del Duero. Padre e hijo presentaban los MAYORAZGOS, desde el joven hasta el reserva selección. Todos ellos deliciosos y muy, muy Riberas. Desde el más joven, 2009, expresivo en nariz y en boca, con una gran estructura frutal que hacía que olvidaras que no había pasado por barrica, redondo, sin ninguna arista, resultado, según el padre –quien por cierto, se daba un aire a Eric Roberts- de una excepcional cosecha, la del 2009, que se va a ver superada por la del 2010, salvada por pocas semanas de la primera helada del año. Los pocos meses de madera del Roble, añadían esa frutilla negra, ese contrapunto de hojarasca que te hacía pararte un momento y sonreír. Padre e hijo me hablan de cómo la bodega es la vida de su familia, como durante la vendimia, hasta el hijo que estudia fuera viene y recoge uva, y justo en ese momento nos interrumpe una llamada, se excusa diciéndome que debe atender al otro 50% del Consejo de Administración, su esposa le reclama. Cuando regresa ya estoy disfrutando del Crianza, su viveza aromática te seduce y en boca se amplía, crece, invade. Me explica la implicación de toda la familia, como tanto su mujer como él provienen de familias bodegueras mientras me sirve el Reserva-Selección, profundidad aromática embriagadora, respiras fruta negra, bosque, pimienta, regaliz, pero siempre fruta, fruta madura envolviéndote. La boca es sedosa y persistente, es plena y potente, el líquido se funde en tu lengua y acaricia tu garganta, quieres sentarte a la mesa con ese vino, quieres comer con él, quieres seguir bebiéndolo al terminar, quieres acompañarlo en el camino, mas no era posible puesto que yo debía proseguir con el mío.
 
Hoy lo dejo aquí, quedan más bodegas, más vinos, más sensaciones, más experiencias, para la próxima...

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