Mar de Flores

Su color es amarillo pajizo, pero tan claro que casi raya en la transparencia, queriendo imitar la delicada blancura de las flores de la etiqueta. Mas cuando se mira al fondo de la copa, el color se concentra produciendo sombras doradas, como queriendo atraer los rayos del sol hacia ese único punto.
El primer contacto con la nariz es tímido, frágil, casi quebradizo.
Tras una primera oxigenación, las flores blancas y los pétalos de rosa te invaden, te inundan y te llevan a un campo de alta montaña, donde una sábana blanca de flores y plantas aromáticas te mecen.
El primer sorbo es delicioso y sorprendente, gozosa combinación de fruta delicada: pera, un toque de albaricoque, en contraste con un marcado sabor cítrico que lo hace refrescante y chispeante. Lo corona un toque dulce, en absoluto excesivo, siempre presente.
Es, en un primer acercamiento, un vino delicado, de refinada sutileza.
Pero al permitirle desarrollarse, crece en hermosura, en aromática presencia, y despliega una capa floral y fragrante, que se te cuela con exquisitez y elegancia.
Un vino blanco que me lleva a su terreno, pues siempre he sido de tintos

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