Vino casi negro, un negro profundo como las aguas de un pozo del patio de un castillo.
De aroma poderoso y singular, atrayente y envolvente.
Con el primer sorbo, corto, de prueba, la lengua percibe una sensación agreste envuelta en un velo de fruta. Con el siguiente sorbo, ya más largo, el sabor evoluciona, creciendo e invadiendo todo el paladar.
Juega contigo, crees encontrar mermelada de moras y pasa a regaliz y del regaliz pasa a los arándanos. Pero por dentro explota su contundencia, su fuerza y su potencia, cubierta por una elegante capa.
Es un caballero elegante que cambia y muda.
Lo vuelves a mirar, lo vuelves a probar y sabes que ya no es un caballero que es un mago, un alquimista que juega a que, dentro de cada sorbo, cada cual encuentre lo que quiera buscar, mirando las aguas del profundo pozo. Puedes sumergirte y bucear en la profundidad de sus densas aguas negras o quedarte en la superficie dejándote mecer por las ondas de la compota.
Es un vino que seduce antes de probarlo. Es un vino que hechiza después de hacerlo
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