Madura y sin embargo moderadamente tánica, esta nebbiolo ya daba mucho de sí. Tras una larga aireación aparecen sus inevitables y perturbadoras notas de alquitran que se entremezclan con las moras, las ciruelas, las trufas y las violetas. Le gusta jugar a las muñecas rusas, y sus aromas se superponen, se intercambian y se vuelven a mezclar en una sinfonía cada vez más compleja y sugestiva. En boca su acidez deja claro que "aquí estoy yo", su tanicidad ya es digestible, pero al tercer trago ya exige comida, ¡mucha comida!. No hay variedad que exiga con más brío y orgullo un buen y consistente plato de comida a su lado. Entonces el vino se revela aún más civilizado, cercano y delicioso.
Al final queda el recuerdo de un perfume y un sabor melancólico, de un otoño abrigado por su trago, cálido, reconfortante.
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