Pulcinella en relieve y una etiqueta practicamente en blanco dan como resultado una presentación altiva.
El corcho, muy bueno, salió perfecto y humedecido a la mitad, sin nigún defecto aparente al llevarlo a la nariz. En cuanto al color presumía evolución, y así fue, amarronado, abierto... para pasar página. Solo un aviso de su vejez, nada más.
Aroma delicado pero ofreciendo mucha profundidad, fruta roja en caramelo, moras, también fresas maceradas, chocolate relleno de licor, notas terrosas que se van atenuando conforme pasa el tiempo junto a otras que siempre están de tabaco rubio, muy elegante, con especias muy finas, excelente nariz, compleja, realmente gratificante ver como se abre y a la vez crece en la copa.
En boca está redondísimo, con unos taninos pulidos pero ojo, con una fruta más viva de lo que puedas pensar, posiblemente gracias a una acidez que tuvo que ser su auténtico motor y que como buen diesel aún está, deja un postgusto de auténtica riqueza frutal, ciruela deshidratada que le da un final algo secante a la par que dulzón, resultado sabroso y también largo, muy rico.

Glorioso, no se me ocurre otro calificativo, y más si esa gloria llega bien avanzada la botella. Tras tres horas previas de descorche todas sus cualidades me las ha ido dando poco a poco, cada golpe de nariz y cada sorbo ha sido un verdadero disfrute, y eso que reconozco mi escepticismo inical, quizá el color, ese color al que doy tanta importancia en los vinos "nuevos" que habitualmente consumo. Recomendable sobre todo con una buena pieza de carne roja, en mi caso, novillo argentino acompañado con boletus y foie.

Rojo rubí bastante oscuro, ribetes teja y una ligera turbiedad.
La nariz es de mediana intensidad y se define con una palabra: elegancia. Algún toque de frutas del bosque, ligero fondo de heno, cacao. Estos vinos desarrollan un “bouquet” con el paso de los años difícil de igualar.
En boca confirma los presagios. Redondo, elegante, suave, aterciopelado. No excesivamente sabroso ni personal, pero un regalo al paladar por su redondez. Todavía le quedan años de vida. Un vino para comer, que pide las mejores carnes – en éste caso del Valle del Esla – sobre la mesa. ¡Casi “ná”!