La primera vez que probé un Clío me pareció estar bebiendo un buen Shiraz o un blend de Garnacha y Shiraz australiano, pese a que la uva no tiene nada que ver.
Luego aprendí que el enólogo que asesoró a la familia Gil en la constitución de la bodega allá por el 2001 fue Chris Ringland, famoso vinatero neozelandés afincado en Australia, donde produce varios de los mejores Shiraz del país. Y entonces me extrañó menos.
Este 2016 es uno de esos vinos "excesivos" de la familia, con un 70% de Monastrell y 30% de Cabernet con un nivel de extracción máximo y "exceso" en casi todo. Pero no todos los excesos son malos!
Con un 16% de alcohol y mucha crianza (23 meses en barrica). La nariz es exuberante con mucha fruta negra en compota, especias, tostados, notas licorosas, incluso bollería. También bosque bajo.
La boca es de lo más untuoso y aterciopelado. Ya muy redondo este 2016, aunque el alcohol no puede dejar de aflorar en cuanto la temperatura sube de los 18 grados. Lo estoy bebiendo en la sierra con temperatura relativamente fresca, y es fundamental para poder apreciarlo. En caliente sería imbebible.
A mí me encantan estos vinazos atrevidos y con cuerpo, pero entiendo que pueden no ser del gusto más tradicional. No es un vino sutil o elegante; no es un perrito de aguas: es un rottweiler de vino.
Eso sí, pese a su precio no puedo evitar ponerle una buena valoración en RCP que quizá sorprenda a más de uno. Pero comparado con lo que me costaría en España un Hobbs o un Clarendon Hills Hickinbotham australianos no está nada mal. Da perfectamente "el pego" y no tiene mucho que envidiarles.
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