Quiso el azar que llegara al de Mas de Rander después de haber explorado y catado la emergente zona de la Terra dels Alforins (Valencia) en la que la mayoría de bodegas emplean o, incluso, recuperan variedades autóctonas. De hecho, ésta es mi tercera incursión seria en la zona de Castelló después de un par de experiencias muy positivas en Les Useres y en Villahermosa del Río. Quizá por eso, tengo ciertas reticencias a probar vinos elaborados en la península con variedades francesas. Pero, volviendo a m itinerario, hay dos caminos para llegar al Mas de Rander en Castelló: el bueno y el malo. Como suele ser habitual en mí, escojo el último, el malo. Y como suele ser habitual también, el malo es, sin duda, el mejor. Un mar de naranjos, olivos y viñas preceden la llegada a los edificios blancos, casi ibicencos, del Mas de Rander. Pero otro mar está muy cerca: el de verdad, el Mediterraneo. Lo cual es una ventaja y un inconveniente. Por un lado, aporta una brisa húmeda y un toque salada de la marinada. Bien gestionada, favorecerá el carácter mineral del vino. Pero, si no se tiene cuidado, el exceso de agua en el ambiente durante las primeras horas del día puede resultar nefasto. Ya en la tienda de las bodegas, me decanto por el Temps, un cabernet savignon con syrah. Le manifiesto a la enóloga mis reservas ante las variedades escogidas. Nunca he ocultado mi predilección por las uvas propias del oeste peninsular (Monastrell, Garnachas, Cariñenas…). Por eso, ya en casa, decido prepararme adecuadamente para la cata de este Temps de Mas de Rander cocinando una paella de conejo al estilo de Castelló. Sirvo el vino a 14 grados en una copa Riedel de tamaño medio. La fase olfativa nada más servir es algo agresiva y alcóholica. La lágrima densa y generosa así lo confirma. Pero a la vista, el vino es muy agradecido, con una buena capa y una pigmentación extraordinariamente colorida y casi impropia de las variedades empleadas. La impaciencia me impulsa a una primera cata que resulta algo áspera y forzada. Este Temps, como su nombre indica, necesita tiempo. Al menos 10 minutos para que todo vuelva a su lugar. Entonces, el alcohol se integra. Como no podía ser de otra manera, la alta insolación favorece el azúcar y, por tanto, una buena graduación. Pero en una segunda y una tercera probatura, este alcohol se convierte casi en una virtud, combinando perfectamente con una mineralidad bien entendida, sin excesos ni artificios. Más destacable aún es la redondez del sabor, algo aterciopelado. Probablemente ese es el efecto del Syrah, que, en este caso, actúa como bálsamo reparador ante posibles excesos de acidez. Es curiosa la presencia de toques de fruta madura, casi tropical, pero sin caer una golosidad que le restaría elegancia. Creo que los taninos están bien maduros. Estamos, sin duda, ante un gran vino, con personalidad propia y diferenciada. El postgusto se prolonga lo justo y necesario para acabar de asimilar una cierta complejidad que también me sorprende muy favorablemente. Podría decir que este Temps es lo suficientemente estructurado para una comida fuerte (guisos tradicionales, asados…) y lo suficientemente ágil para acompañar una cena informal de tapas creativas. El Temps es un vino que, a partir de variedades foráneas, nos devuelve a la tierra. En definitiva, pese a todas mis reticencias iniciales, he de reconocer que estoy ante un producto de gran categoría capaz de competir con caldos mucho más caros y emblemáticos. He recordado, por ejemplo, sensaciones parecidas a las experimentadas con todo un prohibitivo (por el precio) Mas La Plana de Torres. Y tengo que reconocer, también, que el Temps es el mejor cabernet savignon que he probado al sur del Ebro. En conclusión, estamos ante un gran descubrimiento de una bodega que, a partir de su atrevido planteamiento, habrá que seguir con mucha atención.
