Pese a que el corcho nos lo pone difícil, al final logramos extraerlo en varios trozos.
Rojo rubí de capa muy baja. Limpio y brillante.
El abanico olfativo es impresionante, ya en un primer momento ofrece un catálogo inigualable; desde la fruta (todavía roja), al tomate, las especias de monte bajo, el Licor del Polo y los tostados, hasta unos terciarios palpables pero que todavía no han terminado de desarrollarse. Todo ello bajo un pronunciado manto mineral.
En boca sigue dando un espectáculo tremendo. La textura es dulida ya que todavía no se ha convertido en barro, frontera que generalmente traspasan los vinos en fase de declive. El paso es fino y punzante, con una inigualable frescura, una madera vieja presente, un tanino domado y un alcohol que marca el ritmo. Fresa en sazón, jara, menta, chocolate negro, tabaco y sangre. Una auténtica maravilla.
Final muy largo.
Un tinto de talla mundial. Clásico, complejo, entero y todavía con mucho nervio. Quien me conoce sabe que no soy un talibán de los vinos viejos y que la nebbiolo es una uva que salvo contadas excepciones se me hace difícil. Sin embargo, esto es la perfección porque todavía huele y sabe a lo que es después de 45 años y eso no es muy usual. Aunque seguramente le quede vida por delante, seguramente lo prefiera en este momento de consumo.