Nos estrenamos en Verema (sí, hemos decidido dar el salto y participar con nuestros comentarios; claro está empujados por los amigos PACO de Madrid, de sobra conocidos en este foro), y que mejor manera de hacerlo que con el mejor restaurante del mundo.
Así pues, y en lo sucesivo, pretendemos hacer una crítica clara, constructiva y realista, mostrando el máximo respeto por la gente que se dedica a este maravilloso mundo pero sin traicionar a la verdad. Debéis perdonar el rollazo que os voy a meter a continuación (no es mi estilo), pero dado el restaurante que se trata me apetece lucirme con un cierto olor a pedantería (lo reconozco: vengo poseído).
Siempre que vamos a un restaurante, nos gusta que su cocina sea lo más adaptada posible a su entorno. Me explico: si voy a Tokio no me gustaría entrar en el exclusivo restaurante “Mibu” y encontrarme con una tercera parte de los platos elaborados con “sabores de spain”. Sí, es cierto, en El Bulli (de ahora) existe una cierta tendencia al mundo japonés (gran mayoría de platos fríos, y multitud de ingredientes del imperio del sol naciente). De ahí el titulillo japonesizado. No sé si a Ferrán le habrá conquistado la espiritualidad japonesa o la reciente demanda de mercado. Prefiero pensar en lo primero. En fin, menos mal que amamos también la gastronomía japonesa.
Vemos necesario poner los puntos positivos y negativos del restaurante. Deberíamos ponerlo al final pero, dado que nos llevamos una magnífica sensación general, no haríamos justicia acabando de forma negativa.
LO MEJOR
- El menú
- Los tiempos entre platos
- La atmósfera de El Bulli
- Marta, Julio, Ferry, Lluis García y Ferrán nos han trasladado al cielo con su “savoir-faire”
- Nombramos otra vez a Lluis García: todo restaurante, o negocio que se precie querría tener a esta persona en sus filas. Nos daba la sensación de que tenía el control sobre todo. Es un crack.
- La carretera y la situación: a El Bulli se llega por una angosta y virada carretera que discurre junto al mar con numerosos acantilados sin protección alguna (le da un toque mágico de estar “no se sabe dónde”, de estar en un sueño).
- El aparcamiento es perfecto, sorprendente (peinan la arena de éste todos los días)
- La decoración exterior
- La cocina es preciosa, perfecta
- El diseño de la vajilla
- Ausencia de carta: según estoy informado, creo que ha sido el primer restaurante de alta cocina sin carta. Para nosotros no es ningún pero, es más, para la cocina de vanguardia, lo encontramos imprescindible.
- El precio: 590 euros (y no somos precisamente millonarios) lo vemos bajo para lo que uno vive allí.
LO PEOR
- Juli Soler sólo se acerca a los conocidos. Sonreir o dar la bienvenida no cuesta nada.
- Jesús González. Nos dio la sensación de que no éramos de su agrado (simplemente cenamos con esa sensación e igual estábamos equivocados)
- El interior de El Bulli aunque está un tanto anticuado, tiene su encanto, pero falla ese suelo de terrazo que tanto desmerece la decoración.
- En los aseos falta algún detallito más. En los tiempos que corren no sólo basta con jabón y toallas. Debo decir, porque si no, no duermo tranquilo, que me encontré una tela de araña de casi un metro en el servicio de caballeros, junto a la ventana (con su araña incorporada)
Algunos de los puntos negativos son chorradas que en cualquier otro restaurante pasarían desapercibidas, pero estamos hablando del número 1 del mundo. Aún así, creemos que se merece este puesto de largo. Para nosotros está muy por encima de otros “grandes”.
Metidos ya en faena, es difícil relatar y transmitir lo que supuso la cena en El Bulli. No quiero perderme en adjetivos (la lista, para hacer justicia, sería interminable). Intentaremos describir y comentar la cena de una manera pragmática.
De El Bulli destacamos la calidad de su materia prima y la pasión que en cada plato se muestra de manera absoluta. Allí pretenden que los comensales desarrollemos todos los sentidos a la hora de degustar sus platos. El olfato, el gusto y la vista son los más usados, pero Ferrán quiere ir más allá y apuesta porque se desarrolle el tacto (como esas bolas de nieve “nieve-fizz” o el “shabu-shabu de piñones” alternando frío y delicadeza prodigiosamente), y el auditivo por medio de espumas y crujientes que explotan y se entremezclan en nuestro paladar de manera sublime.
El resultado ha sido una inagotable capacidad de sorprender, de hacer de la gastronomía un festival de los sentidos, una experiencia sensorial.
Comienza el festival
La carta de vinos impresiona, aunque no se puede comparar con la del restaurante Atrio (todo hay que decirlo).
Comenzamos con un Cava Brut Nature Gran Reserva de 2005 de Agustí Torelló (este Agustín no falla), seguido de un blanco (nos fijamos, y todo el mundo cenó con blanco) Meursault Clos des Corvées de Citeaux de 2004 (increíble, no nos importaba que fallara algún plato; teníamos vino para entretenernos) y como no, acabamos con un dulce de la zona llamado Estela Solera (buenísimo)
Y se abrieron las puertas del cielo:
Cañas: mojito-caipirinha (regreso a la infancia: como un palolú, pero “de mayores”)
Hibiscus (dos finas capas “mega frágiles” con un toque dulce)
Nieve-fizz (curioso tacto y sabor)
Camarón (buenísimos)
Globo de Gorgonzola (extraordinario, espectacular, la atracción de la sala)
Campari (varias esferificaciones; sin interés)
Cacahuetes miméticos (podría vivir sólo con estos cacahutes –saltan las lágrimas-)
Galleta de sésamo (buenísimas)
Cristal de parmigiano (nada de otro mundo)
Flor en néctar (otro mundo)
Esponja de coco (buenísima)
Galleta de té (malísima)
Hojas eléctricas (no sabe a nada, solamente te electrífica la lengua –de ahí su nombre-)
Bocadillo de manzana (sencillo pero engancha)
Canapé de Jamón y Jengibre (no se sabe a qué sabe)
Lentejas del Montjoi (Dios mío… lo mejor junto con el Shabu-shabu de piñones)
Tártar de tuétano (una ostra con muchos sabores; muy bueno)
Pistachos tiernos (pues eso, pistachos tiernos; un timo no es)
Leche de soja con soja (de comer por casa)
Hígado de rape (muy bueno)
Ortiguilla al té (buenísimas)
Hueva’s (ese caviar rojo una maravilla)
Rosas/alcachofas (lo mejor la alcachofa, de fácil confusión con los pétalos de rosa)
Shabu-shabu de piñones (Diossssssss… lo mejor)
Abalone con panceta (muy bueno, pero ¿dónde está la panceta?)
Gambas dos cocciones (extraordinarias, magníficas y qué salsa…)
Espardeñas gelée (algo de la zona –órgano sexual del pepino de mar- muy buenas)
Canapé de conejo con sus menudillos (excelente, increíble)
Riñones de cabrito con consomé al jerez, yogur e hinojo (no tengo palabras, riquísimos)
Moshi de boniato con sorbete de caquí (muy bueno)
Fresa negra (increíbles)
Estanque (que gozada de cristales –y parecía que sólo era hielo-)
Hojaldre de piña (también de oriente, claro)
Pañuelo de caramelo de chocolate y naranja confitada (bueno)
Moluscos (súper refrescantes con un límón espectacular –alivio gástrico-)
Morphings (buenos estos chocolates, en especial el de la hoja de hierbabuena)
Efectivamente, todo esto es arte. Parece mentira que Ferrán Adriá haya sido capaz de hacer unos platos que entran por los ojos tanto como por la boca, y que haya creado sabores que antes sencillamente no existían.
Por supuesto, recomendado al cien por cien.