En nuestro paseo por la Sierra de Albarracín, nos acercamos a comer a este restaurante situado en una hospedería, animadas, en gran medida, por el descubrimiento casual de su reconocimiento con una estrella Michelín.
Algo escondido, esta hospedería familiar se encuentra situada en una antigua fábrica de lana, en plena naturaleza, junto al Río Guadalaviar, rodeado de vegetación, lo que le otorga un encanto especial e incita a la paz y el sosiego total (lo cual es de agradecer en estos tiempos que corren).
El comedor, muy tranquilo, con pocas mesas y con lamparitas que le conceden un ambiente cálido, mesas amplias y bien vestidas y la atención excelente del jefe de sala, Sebastián Roselló, explicándote al detalle cada plato, muy profesional aunque muy cercano, también.
Nos recibieron con un suave y refrescante (muy de agradecer) Manhattan acompañado de yuca frita. Sobre la mesa, 4 tipos de sales, dos aceites a degustar y pan de horno hecho por ellos (buenos detalles). Elegimos el menú gormet con un semimaridaje de 2 vinos:
- Aperitivo, sopa fría de granny, pepino y esférico de tomate: presentación justita (sobre servilleta de papel) pero sabrosa, quizá algo fuerte para mi gusto.
- Ostra con plancton: buenísima, nos encantó.
- Ceviche de lubina, vegetales de Aragón y leche de tigre: la leche de tigre muy muy fuerte, pero sin llegar a ser desagradable, nos gustó.
- Alcachofas, jamón de Teruel y fondo de soja-verduras: muy buena combinación, pero la alcachofa estaba un poquito dura.
- Yema trufada en tempura y sopa de miso con jugo de trufa: suave, muy rica.
- Fondue de trufa Sarrión, parmesano, crema de boletus Sierra Albarracín: de sabores intensos, uno de los que más nos gustó.
- Semiesfera dorada de royal de foie, cacao y Sauternes: la pipeta de este vino francés le iba muy bien. Bocado muy sutil, para limpiar boca.
- Lomo de atún rojo Premium, boniato, alga, guacamole-wasabi: no combinaba mal, pero no nos dijo mucho.
- Suprema de vaca, risotto de trigo y fumé: delicioso, sin duda, el mejor de la tarde. Espectacular, también, el risotto.
- Quesos texturas: muy bien elegidos y todos con su acompañamiento, pero nos sorprendió muchísimo que nos sorprendiera, valga la redundancia, el parmesano. Muy bien la presentación.
- Sorbete de limón, aire de su piel y pipeta de gin: muy original y muy refrescante.
- Pompas dinámicas de frutos del bosque: gracioso, divertido y entretenido.
- Chocolate, crema de queso helada, chip de almendra, gelée de piña: nada empalagoso, muy rico. Superado el postre con éxito.
Tienen carta de cafés, infusiones y tés (otro gran detalle).
Muy bien de precio: 2 menú gourmet (104 euros), semimaridaje (5 euros), 1 botella agua Solan (3,5 euros) y 1 café etiopia (4 euros); total: 116,5 euros.
En definitiva, una montaña rusa de sabores, desde los más intensos a los más suaves y sutiles y todo a su debido tiempo, con buena materia prima y muchos toques de originalidad. Merecida estrella, volveremos.