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Fuimos cuatro personas a comer un viernes a mediodía. Hacía basnte viento, y al estar sentados al lado de la puerta resultaba muy incómodo cada vez que alguien entraba. Además, íbamos bastante cargados, por lo que los bultos apenas cabíamos.
La carta no es que fuera corta (creo que habían tres opciones por plato) pero estaba bastante desequilibrada. De primero todos pedimos una ensalada. La presentación era buena y el sabor algo exótico, con una especie de salsa de naranja. De segundo el resto pidió una pasta japonesa con setas que me pareció algo insipida, mientras yo elegí una especie de pastel de queso y sémola. Muy original y difícil de describir, pero francamente bueno. De postre tarta y creps caseros.
El vino y el carrajillo correctos.