Pendiente de comentar desde mediados de septiembre. Se acababa el verano, se acababa lo bueno… Pero antes había que darse algún pequeño homenaje (uno más) Y, aprovechando que disponía de uno de los famosos cupones de comida (99 euros/2 pax) para comer en un restaurante con estrella Michelín, a coger la autovía a Huesca y allá que nos plantamos en el restaurante objeto del presente comentario.
Localización y entorno: El sitio es bastante fácil de encontrar. Muy cercano al centro/centro de Huesca (Diputación Provincial). Desde allí se llega en 5/7 minutos andando.
El entorno exterior no presenta mayor encanto, hasta que se llega a la puerta de entrada. Y ahí cambia ya radicalmente la cosa: un portalón de madera labrada magnífico, sencillamente extraordinario. El mismo nos da paso al interior del restaurante. La entrada tiene un pequeño recibidor y, de allí, se pasa a uno de los tres enclaves o espacios que tiene el restaurante: uno, en la parte alta -que no ví-, otro muy cercano al recibidor -un saloncito con 6 mesas para unas 24 pax, en el cual me ubicaron- y otro situado a la izquierda del recibidor y al lado de la cocina, en el que hay una mesa para 8 o 10 pax, ideal para una comida/cena familiar o de amigos.
En cuanto al salón en el que nos ubicaron la verdad es que es bastante difícil de definir, toques modernistas (las sillas, muy bonitas, con el respaldo en color dorado), toques naïf, (los cuadros), toques clásicos (las mesas, los techos -con vigas de madera- y el suelo). Un poco de todo para un ambiente extremadamente agradable, cálido. Muy, muy bonito. Y limpísimo.
El vajillerío -blanco, de muy variado y elegante diseño- y la mantelería se resume en una sola palabra: excelente. Manteles (y servilletas) blancos, de muy buen hilo con el bordado con el nombre del restaurante. Buenas copas y vasos de agua de color rojo que aportan un nuevo toque “chic” al conjunto de la mesa. A ello se unía que en un lado de la misma había un pequeño jarroncito adornado con albahaca fresca que resultó de lo más agradable.
Servicio y servicio del vino: Aunque en un primer instante nos tuvieron esperando dos o tres minutos, con posterioridad la cosa funcionó como un reloj. Muy profesionales, perfecta explicación de los platos y un muy buen servicio. Excelente la transición entre plato y plato: sin prisas y sin pausas. Servicio del agua (lunares) y del vino muy bueno. Varios vinos a elegir en menú (preferentemente aragoneses -y, en particular, del somontano-), entre los que destacaba, a mi juicio, el gran vos 2004, que fue el que pedí y que luego, por cierto, dejaron de ofrecer en las demás mesas (esto me lo sopló mi mujer).
El vino llegó un pelín caliente. Sin problemas: de inmediato una rápida cubitera (muy elegante) con hielo para que el vino estuviera en su justo punto. Perfecto el servicio del vino, que se prolongó a lo largo de toda la comida, pues no nos servimos ni una sola vez (siempre lo hizo alguien del restaurante). El vino resultó más que correcto.
Comida: Evidentemente, al ir al menú del cupón adquirido, no hubo posibilidad de mirar la carta, aunque muchos de los platos que figuraban en esta última nos los sirvieron en el menú. Y ahí empezó una comida memorable.
De primero: los aperitivos. Abundantes y variados. Presentados sobre un plato de cerámica verde, contaba con: dados de quesos con membrillo; gazpacho de fresa; bacalao en brandada recubierto de pepitas de sésamo; y dos fritos (gambita y bolita -creo recordar- de queso) presentados en su propia freidora (una muy pequeñita). Todo muy rico; empezábamos bien.
En eso que esperando el primer plato aparecen los panes, lo cual suelo comentar lo último, pero que en este caso merece una excepción, por ser, sin lugar a dudas, la mejor presentación y selección de panes que he visto nunca. Presentación: sobre un plato cuyas patas eran, a su vez, tres tenedores (genial). Los panes: de tomate, de pesto (fantástico), rústico, de queso, con aceitunas.. todos diferentes, todos de diversas formas… buff, extraordinario.
El primer plato: Ensalada de tomate rosa de Barbastro con secallons. El tomate en su punto óptimo, tres buenos trozos. Muy sencillo, pero refrescante y bien aliñado con un magnífico aceite.
El segundo: langostino -de buen tamaño- braseado al oporto y recubierto con pasta filo. Acompañado en su parte superior de una gamba roja marinada. Sensacional.
El tercero: Corvina asada. Excelente producto; excelente cocción. Otra ración generosa. Materia al poder, bien trabajada.
El último plato: solomillo de potro y minihamburguesa de potro acompañado de galleta de queso. Mejor lo segundo que lo primero, siendo el nivel del solomillo lo único que puedo decir que no estuvo a la altura de la comida ¿exceso de cocción, quizá?
Y después vinieron los postres, también a un nivel muy alto: Una bola de chocolate con sabor a colacao acompañado de una galleta de chocolate. Y, junto a ello, varios trocitos de melón infiltrado con mojito y un sorbete de esto último. Bien combinado todo. Gran equilibrio de sabores.
Y a pesar de insistir en que no queríamos cafés -también incluidos en el menú-, pues nos sacaron los petis fours: presentados en una caja de ebanistería, con diferentes aperturas y en el que se albergaban unas gominolas de fresa, unas trufas con coco, unos daditos de torrija y dos minizumos de naranja.
En fin, qué más contar: pues poco, sólo repetir el precio 50 euros/pax. Para una comida muy bien trabajada, abundante y de gran calidad. Si luego te vas a tomar un par de GT (de los buenos) a la plaza principal en la terraza de otro buen restaurante de Huesca (Lillas Pastia), pues por poco más de 60 euros un disfrute de los buenos…
Una auténtica delicia …. y una pregunta en el aire ¿para cuándo la segunda estrella a este restaurante?
Pd. Para los amigos de lo dulce: No os vayáis de Huesca sin probar el Pastel Ruso de la Pastelería Ascaso y la trenza de Almudevar.