Ya hacía tiempo que quería haber ido a probar este restaurante y por H o por B, siempre me resultaba imposible. El caso es que las expectativas eran altas por lo leído en Verema y, afortunadamente, se cumplieron.
El restaurante tiene una decoración sencilla, un punto informal que te hace sentir cómodo, como el servicio, atento, nada estirado y siempre con una sonrisa en la boca. ¿Es tanto pedir que el camarero te atienda con buen humor y gusto por su trabajo?
Cocina fusión con un marcado toque asiática sin chirriantes mezclas. Pudimos tomar una ensalada con sashimi de salmón y aguacate que era una verdadera delicia. Perfecto ese punto semipicante, ese toque ahumado (imagino que del aceite de sésamo), ese frescor de las verduras... Continuamos con un taboulé con una sardina ligeramente braseada que estaba francamente bueno. Cuidada presentación en la que cada una de las sardinas se presentan sobre el lecho del cous-cous, buen equilibrio esta mezcla del taboulé con pescado. Por recomendación de la camarera pedimos solo tres platos y lo cierto es que acertó en las cantidades, pues cenamos perfectamente.
Acabamos con un cordero al estilo birmano sobre una quenelle de patata con wasabi que estaba exquisito. El sabor del cordero perfecto, de nuevo con ese toque asiático de la sopa y, probablemente, jengibre. Me sobró algo de puré de patata pero la carne estaba realmente buena, así que compensa una cosa con la otra y volvería a repetir este plato.
De postre tomamos unas natillas de una raíz, que no recuerdo el nombre, muy originales. Combina un toque dulce con un fondo picante, una sensación original como de rábano picante o wasabi fresco (no el verde de los japoneses).
La carta de vinos es correcta, con algunas referencias interesantes. Como solo iba a beber yo pedí una copa de vino blanco, Oro de Castilla verdejo 2011, un verdejo bastante correcto servido en copa Riedel y de generoso servicio.
En resumidas cuentas: me encantó.