Gran restaurante.

Local ecléctico, funcional, cómodo y cálido.
Orientación total al cliente. Desde que entras te intentan agradar. Ya en la barra nos obsequiaron con una tapita creativa de jamón y queso. Nos sentamos y nos sacaron otro aperitivo, con los licores petit fours y con la cuenta un detallito de una muestra de perfume.
Cocina de autor de gran altura. Tomamos dos medios platos como entradas y de principal una logradísima Ventresca presentada como en grandes dados, en su punto, y distraída con un puré de pimientos y tomate confitado.
De entre los entrantes tengo que hacer mención especial de uno de los mejores platos que he tomado ultimamente: Carpaccio de Presa Ibérica con Helado de Parmesano y Aceite de Trufa Blanca. Una conjunción de locura.
Carta de vinos compensada, internacional y atractiva, con fotografías de cada referencia. El servicio del vino, soberbio, no falta un detalle en el mismo.
Ese binomio maño/germánico que forman Enrique en los fogones e Ivonne en la sala, va a dar mucho que hablar. Se merecen el éxito.

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