Cena en VILLA PARAMESA PRADO, sucursal madrileña del exitoso bar de tapas vallisoletano. Situado en la calle Prado, enfrente de La Mucca, se trata de un local un tanto "maldito", pues en los últimos meses han pasado por él varios negocios: una pizzería, un gastrobar que se llamaba “Sticker” y una vermutería “De Rodríguez & Salas”; y ninguno ha conseguido asentarse. Y eso que la zona es inmejorable, pues está en pleno cogollo de la zona de Huertas y por la calle pasan riadas de personas, especialmente las noches de los fines de semana.
Local de tamaño medio, barra alargada y aproximadamente unas quince mesas, entre altas y bajas. Decoración sencilla en madera de tonos claros. Una preciosa cava de vinos acristalada preside el restaurante.
Preparaciones muy originales y apetecibles. Dos cartas, una de tapas y otra de platos, servidos en raciones enteras y medias. Tanto en las mesas altas y bajas o en la barra se puede pedir cualquier cosa de ambas cartas.
Dos personas, nos dejamos aconsejar por la simpática encargada y, tras una rica crema de espárragos con huevas de pez volador que nos sirvieron de aperitivo, nos puso:
Dos tapas de ceviche de sardinas, servido en un “barquito” realizado con alga kombu y una mayonesa con ajo negro, para comer de un bocado.
Una tapa de socarrat de gambas y alioli de azafrán, servida en una mini-paella.
½ de cocochas de bacalao con pimientos de padrón.
½ de calamar a la plancha con alioli de pimentón.
½ de espárragos blancos de Tudela con migas y huevo a baja temperatura.
Todo entre bueno y muy bueno, y dos preparaciones que nos parecieron excelentes: las cocochas de bacalao y los espárragos blancos.
De postre, a compartir, un “canto al vino”, una vistosa composición: unas cepas hechas de chocolate negro y regaliz, en una tierra de queso y bizcocho desmigado, con una porción de helado de café en forma de corcho de acompañamiento.
Carta de vinos interesante a precios comedidos, de la que elegimos un delicioso Ribeiro Casal de Armán.
Buen ambiente, el restaurante lleno y doblando mesas. Tiempos de servicio aceptables, a pesar de que estaban un pelín desbordados. Como está de moda ahora no ponen manteles, aunque la vajilla y las copas son de buena calidad.
Nos gustó bastante. La cocina nos recordó un poco a la de Bacira, por los sabores y la originalidad. La cuenta ascendió a 70 euros, que consideramos una relación calidad-precio muy correcta. Para volver y recomendar.