Jaja, pues qué mala suerte! O... ¡qué suerte la nuestra!
Nosotros, tal como dice Gabriel, no llegamos a entrar. Nos quedamos siempre en la mesa alta con banquetas que había a la entrada, bajo los soportales, en la que se estaba de maravilla, y Vanesa siempre pendiente.
Yo no llegué ni a sentarme en la banqueta en ninguna de las tres ocasiones, ¿para qué? Buchito de vino por aquí, bocadito de cecina por allá... ¡Y otra!