Céntrico restaurante situado en la plaza de Gabriel Miró (Correos) esquina con calle Rafael Terol. No demasiado grande, ofrece unas diez mesas (tal vez demasiado juntas) y una grande redonda situada al fondo a modo de reservado (que fue nuestra mesa). Todas las mesas bien vestidas. La decoración en general armónica en la que predominan los colores tierra suaves. Destacar los techos altos del establecimiento que dan amplitud y los grandes ventanales que dotan al restaurante de gran luminosidad. También ofrece servicio de terraza. El establecimiento está insuficientemente climatizado o tal vez ese día en concreto no funcionaba del todo bien.

Cocina de mercado en la que destacaría la diversidad de arroces que ofrece. Vajilla y cubertería discreta. El jefe de sala que nos tomó nota de la comanda (intuyo que el propietario) simpático y diligente, la camarera que nos sirvió, aunque se le notaba que no era del todo profesional, dispuesta y simpática, no así el camarero al que le tuvimos que recordar en varias ocasiones nuestros requerimientos, que atendió cuando quiso, de mala gana y mala cara.

Carta de vinos no muy extensa, apenas cuarenta referencias, y muchas de ellas tachadas a boli, no sé si porque era el último día de fiestas de Hogueras. La cristalería correcta aunque no destacable, la temperatura de servicio correcta y el servicio del vino se circunscribe a la presentación y a la prueba.

Nuestra experiencia fue para comer el domingo, último día de Hogueras. Degustamos tres entrantes (dos raciones de cada) que compartimos entre todos los comensales:
• Galletas de berenjenas a la miel con salsa de queso, buenas y crujientes. (10 euros la ración)
• Calamar fresco a la andaluza, buena y crujiente fritura, nada aceitosa y buena también la materia prima. (15 euros la ración).
• Tartar de salmón con gulas, a modo de pastel de salmón ahumado con gulas y queso philadelfia. (16 euros por ración). Ración muy escasa, correcto sin más y EMHO cara.

De principal elegimos distintos arroces: amb costra, de atún y de señoret. Todos ellos bien de sabor y de punto de cocción. Las raciones a 15 euros (más iva).

La mayoría se inclinó por rematar la comida con un helado como postre, los cuales siendo buenos, resultaron escasos y pobres en cuanto a la presentación (una triste bola en un vaso), a la par que caros (cuatro euros cada uno).

Para beber, unas cervezas iniciales mientras tanto elegíamos y un par de botellas del rosado Pago del Vicario, además de cafés en la sobremesa.

La factura final ascendió a 346,60 euros los diez. La sorpresa de la factura viene dada cuando observas que te cobran 2,05 euros por persona en concepto de pan (anodino y acompañado de rosquilletas embolsadas individualmente) y aperitivo de la casa (una coca de cebolla). No me gusta que me cobren lo que no pido, si el aperitivo es gentileza de la casa bienvenido sea, pero si no lo es, deben avisar para que sea el comensal quien decida.

La impresión final no es satisfactoria del todo, constato demasiadas “sombras” que eclipsan las “luces” que tiene este restaurante.