Aunque está anunciado por los pueblos cercanos en grandes y coloridos carteles, tipo mesones castellanos o venta de jamones, y eso nunca me ha resultado atractivo para acudir a un restaurante, hay que decir que en este caso la visita es obligada.
Está ubicado en un antiguo pajar, con madera y piedra por doquier, y con decoración rústica de madera envejecida algo abigarrada, sin embargo muy agradable y confortable. Tiene un horno de leña donde ofrece sus platos estrella, lechazo y cochinillo.
Aparte de la carta, ofrece un menú por 34€, que fue el que tomamos: individualmente y en pequeñas raciones, boletus en salsa de cochinillo, (el sabor del boletus y la melosidad del caldo del cochinillo, un sabroso contrapunto); picadillo, en otros lugares le llaman jijas, (es el chorizo tierno abierto sin piel y frito); y una cazuelita de judiones de la granja con oreja y morcilla espectaculares en su untuosidad y suavidad; el culmen fue ya el plato principal, un cochinillo que no tiene nada que envidiar a los de Segovia, tierno, meloso, suave...y crujiente, de una calidad extraordinaria y un sabor de los que se quedan en el recuerdo; por supuesto acompañado de la clásica ensalada de lechuga y cebolleta.
De postre un milhojas de crema. No vi la carta de vinos, pero en las mesas de al lado bebían un reserva de Marqués de Murrieta, así que supongo que tendrán calidad, sobre todo teniendo en cuenta que en el precio estaba incluido el vino de la casa, un Cuvée Joana de Valtiendas, todo fruta, color y aromas, denso y redondo, francamente impresionante.