Restaurante popular con capacidad para atender a media Alava ya que consta de numerosas mesas distribuidas en dos amplisimos comedores. La oferta gastronómica es limitada y total y absolutamente tradicional. Mesas muy justitas en cuanto amplitud y las servilletas son de papel.
Comimos una Patatas a la Riojana que estaban excesivamente pastosas y con el tuberculo cortado en trozos gigantes y sin ningún tipo de cuidado ni esmero. Su presentación dañaba cualquier minima sensibilidad gastronómica.De gusto muy normalitas y para ser una de las especialidades de la casa, decepcionantes.
Las Pochas con chorizo, sabrosas, gustosas y con un buen estado de cocción. Las chuletillas de cordero se presentan en la mesa en una parrilla con unas brasas que enseguida se extinguieron. Correctas sin provocar admiración ni decepción. Ante la oferta de postres, opté por no tomar ninguno.
El servicio, atendido en nuestra visita por dos jovenes veinteañeros, muy amable y diligente.
En resumen, local sin inquietudes gastronómicas, más clásico que los clásicos y que puede ser una buena opción para salir de casa sin que la Visa tuerza el gesto.

Uno de los restaurantes más clásicos de Rioja Alavesa. Lo conozco desde hace al menos 25 años, y todo en él permanece invariable: carta, decoración, mantelería, cubetería, etc. Sin embargo, ese dormirse en los laureles que ha practicado ha hecho que hoy en día se haya quedado totalmente obsoleto. A pesar de ello, sigue siendo un asador muy frecuentado, y no es raro que en fines de semana, si no hemos reservado, tengamos que hacer espera para poder sentarse en alguna de sus mesas. Su oferta gastronómica se basa en las carnes a la parrilla y en platos del recetario tradicional riojano. Las patatas con chorizo y las chuletillas de cordero al sarmiento son sus señas de identidad, y eso es lo que comimos en nuetra última visita. Ambas preparaciones suelen resultar bastante satisfactorias y los precios más que correctos (6 € las patatas y 11 € las chuletillas). Como postre pedimos un arroz con leche que nos dejó indiferentes. El mayor pero de este restaurante tiene que ver con la absoluta falta de atención al apartado del vino, que estando en la región que estamos hace que sea de juzgado de guardia. Su oferta se reduce a una docena de marcas riojanas de gama baja y media, que se sirven en unas copas infames y a muchos grados por debajo de su temperatura ideal de servicio. Como es de imaginar, ni en la carta figuran las añadas, ni el vino se presenta antes de abrir y ni mucho menos se da a probar. Los precios, eso sí, son correctos en todos los apartados. Restaurante recomendable como colofón a una mañana de monte o campo, en la que el cuerpo pide llenar la tripa a base de los sabores de siempre, o cuando vamos con niños que, como los míos, no aguantan más de media hora seguida en la mesa (el ambiente bullicioso de mesón hace que las idas y venidas de los críos por el local pase desapercibido, aunque no sé que pensarán las camareras de ello, je, je, je).