En una de las calles que salen de la famosa plaza, casi esquina con la misma, tenemos tres o cuatro kioscos en los que asan cordero, preparan tajin y alguna cosa más.
Como vimos que estaba lleno de marrakechíes, pues allá que nos metimos, no sin tener que empujar a la parienta, que no quería entrar ni a tiros.
Dejemos fuera el servicio de sala, las riedel y tantas cosas que nunca faltan en nuestros comentarios.
Pedimos un tajin de pollo, una cabeza asada de cordero, una ensalada que resultó ser aceitunas verdes y negras, te, coca-cola, agua.
La cabeza estaba buena de narices, el pollo lo mismo, con la mano, encima de un papel de estraza.
Me lo pase pipa, comí bien. Sabía a lo que iba y lo tenía claro. La parienta no lo paso tan bien.
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