Gran lentitud, pero exquisito trabajo.

Nos acercamos a Caldes de Montbui un domingo a comer al restaurante. Reservamos para las 15.00. Llegamos algo tarde, sobre las 15.15 pero no hay ningun problema. El restaurante ocupa la planta baja de una vivienda con fachada de cristal por la que entra una luz muy agradable. Dicha fachada, recubierta de pizarra negra y con contrastes de lamas de madera ofrecen una bonita entrada. Como he dicho, las mesas de cercanas a la cristalera que da al exterior son las mejores sin duda, dado que gozan de mucha luz y de bonitas vistas hacia verdes prados. Eso si, el confort es inversamente propocional a la distancia a dichas mesas, dado que el interior se percibe oscuro y tosco.

Al entrar al restaurante veo camareros correr para arriba y abajo algo estresados y con sensación de no dar a basto. Consecuencia? solo en sentarnos y tener las cartas en la mano tardamos como 15 minutos.

El dueño, deambulea arriaba a bajo del restaurante pero no esta muy atento a lo que se le viene encima. En definitiva, que despues de unos paseos arriba y abajo decide venir a tomarnos nota. Me llama poderosamente el modus operandi de como toma nota, ya que escribe en papeles sueltos y arrancados de una libreta a de cuabros ENRI de toda la vida.

La carta parece la de un restaurante muy pero que muy vulgar. No vi nada que me llamara la atención o que me hiciera pensar que el lugar era diferente y que valia la pena desplazarse hasta allí. Pero, el dueño tiene ases en la manga escondidos. Al acercarse a la mesa, empieza a cantar platos de temporada y esplicarlos con todo lujo de detalles. Me impresiona y cambio de opciones al oir sus platos de temporada.

Somos 6 personas, y casi todos pedimos cosas diferentes. Yo opto por una sopa de farigola con hortigas sobre parmentier de patata, avellana y crujiente de parmesa (creo). Mi pareja se pide a modo de pica/pica un canalón de foie y una coca de milhojas de queso azul. Nuestros acompañantes piden canalones caseros de mar y montaña, escachofas a la planxa y calçots rebozados.

Tardaron como media hora en traer los primeros.

Conclusiones de los primeros: todos excelentes. Mi sopa era más que deliciosa, y estuve a punto de pedir repetir pero me dio verguenza. Nunca he comido una sopa así tan diferente. El canalón de foie de mi mujer era exquisito, y el mil hojas también. El queso azul se ofrecía en forma de espuma y era muy bueno. Probé los canalones, pero no soy un experto (los que lo comían decían que eran salados). Las alcachofas duraron 2 asaltos, y los calçots eran muy pero que muy buenos, porque los pude probar. Creo que en un restaurante es muy dificil cocinar un calçot, asi que bravo. La salsa romesco que los acompañaba increible.

Los segundos fueron muy variopintos y llegaron mas acompasados. Yo pedí pescado al horno, curbina para ser exactos. Es una de mis pescados favoritos. Estaba bien, quizá algo soso, pero muy correcto. Mi suegro pidió jabalí, y dijo que estaba muy bien. Otros comensales pidieron el típico entrecot del cual no tengo referencias y mi suegra un carpacio que tenía muy pero que muy buen aspecto.

Maridamos con un petalos de bierzo servido más o menos bien, con un precio adecuado (unos 16€).

De postre pedí un tapon de cadaques que intentaba ser un coulant. Estaba bueno, pero he probado coulants mucho mejores. También tuve la suerte de probar un helado de chocolate que crujía y todo, increible. Por la mesa corrían unos cañones de chocolate con arroz con leche en el interior, que no probé.

Café muy bueno, y nada más.

Conclusiones finales. Merece la pena la espera, porque los platos de temporada que no estan en la carta son muy buenos, y a un precio razonable. Eso sí, hay que ir mentalizado a comer en un mínimo de 2-3 horas. La materia prima es excelente, y procedente de los suministrados de la zona, como cazadores conocidos por el restaurante, etc..

Pagamos 192€ por 6 personas. Volvería.

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