Clásico restaurante-mesón donde la protagonista es la materia prima. Simpatía de los camareros y pequeña barra para tapear. Si te sientas a comer puedes tomar generosas raciones de diversos entrantes castellanos (callos, revueltos, calamares a la romana, etc.) y luego elegir platos de carne o pescado (mi lubina a la espalda estaba muy correcta). El
tratamiento del vino es discreto: carta escasa y copas mediocres. Pero se compensa con la buena materia prima, la simpatía de los camareros y la buena relación calidad-precio.
Honestidad y sencillez sin ningún tipo de pretensiones. Invita a volver.
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