Ruidoso y mal atendido

Acudí recomendado por un vecino del barrio. Ruzafa tiene multitud de restaurantes y a veces recorremos media ciudad para salir a comer. Llegamos tarde, 15:20 horas y al entrar en el restaurante que tenía 3 mesas ocupadas, no salió nadie a mi encuentro, por lo que me dirigé a la persona que asaba. Me indicó que la cocina estaba abierta y podía sentarme. Al darme media vuelta apareció la metre y nos dijo que la cocina estaba cerrada. De acuerdo, nos vamos. Al salir le explico el comentario del señor en la plancha. A voz en grito hablan entre ellos, en vez de acercarse el uno al otro. Descubrí que eran matrimonio. El tal Leandro y esposa. Arreglado el malentendido, nos sentamos. La mesa era incómoda con una columna que no nos permitía vernos a mi esposa y a mí, estando uno en frente del otro. La metre se dió cuenta y nos cambia la mesa. Todos los comensales fumaban y berreaban, haciendo evidente el inexistente aislamiento acústico y la deficiente extracción de humos, dado que el lugar de asar también contribuía con más humos. La carta era corta y con unos precios que considere demasiado altos para un local como ese, pretencioso pero muy escaso en servicio y decoración. Sillas de enea y manteles deshilachados. Lo más gracioso es la carta de vinos. La solicité y la metre me reta, "pideme lo que quieras". Pido un navarra tinto, dos referencias, "ay, pues no tengo" otra referencia, "ay, tampoco" al final me trae un crianza de rioja que no recuerdo ni el nombre. El precio el que ella quiso, porque no enseña carta ni lo cita.
Solicité una ensalada mini, dos secretos ibéricos (eso, sí correctamente asados)con un pimientito asado y un postre para compartir. Vino, sin agua ni cafés: 52 €
En un par de mesas de nuestro alrededor se lo estaban pasando aparentemente muy bien y hablaban tal alto que la conversación que manteníamos mi esposa y yo era apenas audible. Para colmo la metre se me acercó e instaba a que los vecinos de mesa a que me contaran un chiste porque me veía muy serio. JAJAJAJA, yo estaba para partirme. Intentó inmiscuirse en nuestra conversación un par de veces hasta que la fulminé con la mirada y nos dejó en paz. Pagamos y nos largamos con el firme propósito de A) no volver nunca B) procurar que no caiga mucha gente como caímos nosotros. ¡Qué horror de local!

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