Restaurante enclavado en una antigua venta, a las afueras de Toledo, entre el Tajo y la muralla.

Espléndidas instalaciones: holgadas, bien cuidadas, decoradas con gusto y criterio manteniendo el estilo propio de la venta, equipadas y dotadas a la perfección.

Cocina tradicional de la zona, con algún apunte norteño.

Nos extrañó que en un sábado por la noche, en esos tremendos comedores, únicamente hubiera una mesa ocupada. La sensación era extraña, desaboría… Y al marchar nos quedó la duda de si habíamos tenido mala suerte o la carencia de clientela era consecuencia de cómo se come ahí con habitualidad. No puedo juzgar, porque solo he estado una vez, lo que sí puedo afirmar es que en esta única ocasión cenamos realmente mal.

Pedimos de entrantes, ensaladas varias, Paté de Perdiz y algún otro plato anodino, y de segundo, dado que en el grupo incorporábamos a dos extranjeros, optamos por varios asados y raciones de caza al centro para degustar con amplitud la cocina castellana: cochinillo, lechazo, corzo y perdiz escabechada.

Todo estaba como recalentado, “nada crujía”, gomoso… en fin, un desastre. Justo es salvar de la quema a los platos que incorporaban perdiz, pues tanto el Paté, como la Perdiz escabechada con cebolla como confitada estaban muy ricos.

El servicio atentísimo pero un tanto zafio. Servían el vino chocando el cuello de la botella con la copa, vertiéndolo en ella a chorro y llenándola excesivamente.

Al parecer se han especializado en celebraciones, espero que con mayor fortuna pues medios tienen, y buenos.