Cervecería de generaciones, con rancio abolengo. Un sitio encantador, un tanto abigarrado, donde las altas paredes hacen de almacén de las cientos y cientos de tipos de cervezas que atesoran.
Carlos, el dueño, te imparte un master en cervezas si le preguntas. ¡Cuanto oficio!
La cena, a base de surtidos de tapas, variedad de salchichas, costillas adobadas, pimientos rellenos de codorniz. Todo sin grandes pretensiones pero excelente.
Y en cuanto a las cervezas, es el paraiso de las mismas. Nos fue sirviendo una detrás de otra, subiendo el nivel y la potencia, sorprendiéndonos con cada una de ellas (hefe Hoegardenn, La Trappe de cuádruple fermentación, Piratte), hasta sacarnos la última de 14.5 grados, excelsa, Samichlaus. Cada una servida con delicadeza y en una copa diferente, ad hoc.
RCP: muy buena, 30 €/ pax.
La calificación que le otorgo al apartado vinos es asimilándolo a la calidad del servicio de la cerveza.
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