Escondido en un rincón de la hermosa Lugano, en el cantón de Ticino, este grotto debe ser de lo más auténtico que me ha tocado ver en la Suiza de habla italiana. Aquí más vale que uno mastique el italiano porque no hay turistas y los camareros no hablan así que digamos mucho inglés.
Aquí no se viene a tener una gran cena de 5 estrellas. Se viene a comer y platicar, con la familia y los amigos. El osobuco es absolutamente glorioso, igual que los risottos y las distintas ensaladas. Y los postres, válgame Dios.
No hay aquí creatividad de Bulli ni pretensiones de Lucas Carton, sólo alimentos preparados al momento y lentamente, mientras toma aire el vino.
La carta es más bien breve, con obvia preferencia hacia los caldos ticineses, en especial el merlot. Pero también hay una buena selección de barbarescos de 20-25 años y algún barolo de Montezemolo del 97. Las copas no son Riedel ni los camareros son sumilleres, pero no importa. Todo se disfruta de maravilla y uno se pasa aquí una magnífica noche.
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