Este es un claro ejemplo de cómo cargarse un próspero negocio, porque conozco este restaurante desde hace muchos años, y no es ni un espejismo de lo que fue.
Todo es apariencia y fachada, algo que uno tarda poco en percatarse, desde el mismo parking puede apreciarse, los "buenos", al criterio del aparcacoches, son dirigidos a la puerta, y los "malos", con el mismo criterio, son enviados a la otra punta del aparcamiento. Y es que llevando un japones de 50.000€ no eres tan digno de aparcar en la puerta que llevando el Cayenne de 2ª mano que entró a la vez y que no cuesta ni la mitad.
El lugar acogedor y agradable, esa capa de melamina barnizada y rollo fusión asiático dan calidez al lugar, pero sólo eso, apariencia, y puede comprobarse levantando el mantel de las mesas donde dejarán visible una barata mesa de terraza de aluminio, de las que regalan las marcas de bebidas.
La carta deslabazada y descompensada, como en un mal bar de raciones. Aquí lo que cuesta dinero es sentarse, no la comida, cuesta lo mismo unos calamares a la romana que un rodaballo o un lenguado!!! igual que un Martín Codax con un Palacio de Bornos Verdejo, mal indicativo este para el género de un restaurante. Las gambas no están mal, pero ni mucho menos son lo que alguna vez fueron (que es de lo que viven ahora) y dieron pie a esas leyendas urbanas de las mejores gambas de Madrid, que fletaban un avión diario para su envío desde Huelva, etc... Por tanto a 85€ el Kg, es una salvajada.
El servicio es de auténtico fast food, no es concebible esa falta de profesionalidad es un restaurante donde te cobran una media de más de 60/80€ por cabeza. El vino ni lo presentaron, dieron a probar o sirvieron siquiera, se limitaron a abrirlo (y mal por el corte de la cápsula) y soltarla en la mesa, he visto restaurantes de menú del día a 9€ con mejor servicio de vino.
Entre los dos entrantes que teníamos para compartir, no cambiaron platos. Eso sí, antes de que los terminásemos sacaron mi tartar de atún dejando un entrante en la mesa y sin sacar el otro segundo plato. En cualquier tasco de barrio te sacan los segundos a la vez, y nunca antes de terminar con los entrantes.
Todo apariencia, un fast food con ínfulas de buen restaurante que vive de la fama de lo que un día fue y del snobismo barato con el que es fácil impresionar a quien hace de su filosofía de vida basada en la apariencia y no tiene ninguna clase ni idea de comer bien. Desde luego ni el servicio, ni la comida son merecedores de tanta pompa ni de facturas de 80€ por persona con 3€ por cerveza, café o servicio de pan.
Qué poca pasión por lo que se hace y qué manera de cargarse un negocio próspero, no me volverán a ver por allí.