El encanto de tiempos pasados

Siempre nos pasa lo mismo. Andamos por la zona de Oiartzun, nos da la hora de comer y, como te pases de largo el pueblo por la carretera de Ventas de Irún acabas en el Gurutze-Berri. Este local es un antiguo hotel y restaurante por el que parece no haber pasado el tiempo durante los últimos 40 años, tanto en su decoración y sus comedores como en la carta. Todo lo cual debe entenderse como un elogio, pues en estos tiempos de proliferación del minimalismo ornamental y la comida de fusión es un placer raro topar con un sitio de paredes paneladas en madera, figuras y espejos barrocos, sillas mullidas y amplias mesas de las que cuelgan dobles manteles (por no hablar de los portentosos leones de bronce, en tamaño natural, que presiden la entrada, seguramente un homenaje involuntario al kitsch). La carta también permanece inalterable en ese limbo setentero, con una especial dedicación a la caza que elogia el comentario de más abajo y que ya tuve ocasión de catar en una visita anterior. Aunque hay un menú variado a 18 euros, nos tiramos a la carta, pues nos pareció que no sería excesivo el dispendio. De entrante una simple ensalada mixta (las ensaladas mixtas vascas son tan primarias como inimitables, con buenos tronchos de bonito, exquisito tomate y esa lechuga que solo se come por el Norte). Los segundos fueron solomillo con patatas y piquillos para mi mujer y lomos de merluza en salsa verde con almejas para mi hijo mayor y para mí. El pequeño se conformó con una especie de combinado que nos ofrecieron fuera de carta (un buen filete con patatas, croquetas caseras y calamares fritos). Muy buen producto y, esto hay que decirlo, pese a ser recetas de siempre las salsas y los puntos de cocción estaban adaptados al gusto actual (salsa verde muy ligera, carne y pescado jugosos). Fuera de carta había caza (pájaros esta vez) y alguna otra delicia. Los postres, a buen nivel, en la misma línea tradicional: torrijas de pan (exquisitas, golosas) y arroz con leche. La carta de vinos es clásica y escueta, con alguna presencia de ilustres históricos (incluidos varios Vega Sicilia para quién pueda pagarlos), y (¡oh sorpresa!) un digno Ribera del Duero como vino de la casa, Campos Góticos, una bodega también de nombre e imagen añejas a tono con el local. Bien servido, a buena temperatura. El servicio muy vasco: parco pero cálido y amable. Aunque parece un lugar preparado para banquetes, nosotros comimos solos en un amplio comedor con impresionantes vistas a los montes del entorno (esto no lo había dicho, pero la ubicación es espectacular, en lo alto de un pequeño puertecito cerca del parque natural de Peñas de Aya). Con agua y cafés la cuenta anduvo por los 110, un precio comedido para la calidad de la comida y la atención. En resumen, carta clásica y ambiente de otros tiempos, para que los que pasamos de cuarenta y tantos recordemos los restoranes de nuestra infancia. La próxima vez toca pedir caza o alguno de esos platos viejunos que me quedé con ganas de probar (al estilo pato con sala de oporto o similar). Estoy seguro de que los bordan.

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