En un camping entre pinos cercano del pequeño atracadero de barcos (no llega a puerto) y en plena naturaleza se encuentra un pequeño edificio del camping que hace de restaurante con una amplia sala de mesas bastante cercanas y con unas cristaleras a un paisaje idílico (eso influencia en la valoración del entorno.

Tras una buena caminata por la isla y un baño en la cercana praia dos Bolos hay que reponer fuerzas y aquí nos quedamos. No hay lujos, paisaje aparte, pero sí un eficiente servicio que si vas a comer pronto, consigue salir a flote de una pequeña avalancha de viajeros que vienen ansiosos de bebida y comida; por supuesto que las mesas duplican servicios y hay cola de espera que evita que te quedes extasiado en el paisaje, pero dada la escasez de opciones en la zona, se hace importante llegar pronto porque no hay reserva (salvo que pases al desembarcar).

Una cerveza de presión grande y lo más fría posible (¡y en copa congelada!) antes de poder hablar de platos; luego para comer repito y añado un tinto de verano para acompañar platos compartidos entre los dos; a saber:

. zamburiñas: de nuevo volandeiras rebautizadas con buen paso por plancha; si el producto es bueno, no hay fallo. Más que bien.

. pulpo a feira: buena cocción y buena patatas de base; de nuevo el producto no tiene comparación; el buen pan que acompañó la comida evitó que el plato pasara por el lavavajillas. Muy bien.

. martiño: una buena pieza de gallo San Pedro frito y bien preparado y en compañía, no de patatas, sino de verduras tal como pedimos, para compartirlo con buena compañía. Muy bien. 

. postres: tarta de queso casera muy buena y helado especial referido como curioso complejo de yogurt frutos rojos y queso servido en copa.

Se nos quedó fuera, por olvido, pedir unas navajas que vimos y que estaban en nuestro pensamiento; será difícil volver para probarlas pero quien tenga oportunidad que lo haga.

A la vista teníamos la que ha sido considerada en un año que desconozco, la mejor playa del año y lo merece.