"Maná, maná, pitiiiipitipi... Maná, maná, pitipití..."

Menú de cole. Tres croquetas, un filete de merluza al micro y unas natillas.
Mis hijos me cuentan cosas así.

No entraré en si son congeladas las croquetas, porque lo podía imaginar. Se trataba de una de pollo, una de bacalao y otra de jamón. El caso es que fueron dos de bacalao en detrimento de la de jamón. Una vez mordida la segunda no consideré oportuno decir nada. Del filete de merluza, demasiada insistencia en que se trataba de tal, el color indicaba su no frescura. Y las natillas, totalmente líquidas pero con sabor de casa.

¿Que qué quiero por 10,90 €.? Perdona, pero en esta ciudad hay quien se parte el pecho por ofrecer menús muy dignos.

En la puerta lo anuncia como menú de autor. Buen reclamo aparte de un local remozado que por lo visto albergó un bar de los de antes. Señales hay para pensarlo.

Intención le pone. Una excueta carta de vino con fotos y textos, buenas copas aunque pidas el único blanco que tienen para ese fin, un macabeo de Cariñena del que no recuerdo nombre ahora mismo pero que tras consultar no sobrepasa los dos euros la botella (copa 2,20 €.), otro menú más rimbombante con "barra libre", limpieza...

El que parece el dueño en cocina, y en sala, una chica voluntariosa que al final hizo la pregunta que no quería oir "¿ha comido bien el señor?". No sé si fui cobarde, diplomático, sensible... pero me salió un "bien" con voz queda que se podía interpretar perfectamente.

Estos menús aunque sean ajustados, son todo un termómetro de lo que puede ofrecer su carta. Si realmente escatiman y hay una gran diferencia, se equivocan, pues muchas veces son la puerta de entrada.