Restaurante Can Ton en Blanes
Restaurante Can Ton
País:
España
Provincia:
Localidad:
Cód. Postal:
Tipo de cocina:
Vino por copas:
Precio desde:
40,00 €
(precio más bajo introducido por un usuario)
Cierra:
Del 12 octubre a Semana Santa
Nota de cata PRECIO MEDIO:
40 €
Nota de cata VALORACIÓN MEDIA:
8.1
Servicio del vino SERVICIO DEL VINO
7.0
Comida COMIDA
8.5
Precio medio entorno ENTORNO
8.5
RCP CALIDAD-PRECIO
8.5
Calamares
Opiniones de Can Ton
OPINIONES
1

Hacía mucho tiempo que el bueno de Marc y su inseparable brother Àlex me insistían en que probara este restaurante de Blanes. Por negligencia casual cada vez que los astros se alineaban para la visita, resultaba que el restaurante ya había cerrado por fin de temporada. Cabe señalar que tradicionalmente el establecimiento permanece abierto sólo de Semana Santa hasta el 12 de octubre. Esta vez la visita ha sido rozando el larguero. Por poco. Por muy poco. Mañana cierran. Ufffff…!!! Dos años de espera alimentando expectativas podían haber sido peligrosos. Riesgo innecesario teniendo en cuenta que el restaurante está a tiro de piedra de mi zona habitual. A mi favor jugaba la seguridad que mis amigos conocen mis preferencias gastronómicas y que, a priori, su marcada insistencia no resultaría baladí. Y efectivamente no lo ha sido (para nada, para nada) y lo celebro. Lo celebro porqué supongo que en estas lides no debe de haber nada más duro como el hecho de tener que decir a un amigo que aquello que te ha recomendado con tanta devoción no ha estado a la altura. En Can Ton no ha sido así. Todo lo contrario. A tenor de lo disfrutado (que ha sido mucho) uno se pregunta porqué badajo de campana no lo había probado antes. La conclusión es que las campanas suenan cuando tienen que sonar y así tiene que ser y así tiene que seguir. Gastronómicamente hablando, excepto en contadas ocasiones, al badajo unas veces lo mueve el destino y las otras veces la casualidad. La magia del buen momento es así de caprichosa. Y solo así – cuando el badajo martillea antojadamente la campana- se disfruta el birlibirloque gustativo de los grandes momentos. La campana, como en el experimento de Paulov, predispone y el resto hay que dejarlo a la magia para que con lo que haya y para que con lo que tengas, encumbre el momento. Y así fue el momento en Can Ton de Blanes. Encumbrado. Rotundo. Único. Singular.

Instalado a escasos metros de la playa con unas vistas fantásticas de Sa Palomera –roca secular, símbolo y bandera-, el local desprende una normalidad apetecible que atrae y predispone. El entorno, por supuesto, también. Ya con las cartas en la mano, recibe Berta con su sonrisa siempre bien dibujada de parecido angelical. Nos instala en una mesa que ha reservado por mi cuenta y a mi cuenta el bueno de Marc. Berta brilla. Muy amable y con ganas. Solamente con su expresión enamora y convence. Garantía de buena atención y mejor propósito. Dulce y comedida presenta con convicción su particular declaración de intenciones. Me dice: Somos un restaurante familiar con una cocina simple basada en la calidad del producto. Desde siempre el propósito es ofrecer a nuestros clientes una cocina casera y que a través de ella se sientan como en casa. Con orgullo señala familiar y casero. Lo repite varias veces. Familiar. Casero. Familiar. Casero. Una y otra vez mientras añade buen producto y calidad. Buena mezcla y bien combinado. Bingo. Empezamos bien. Si del abusado Facebook se tratara, ya de entrada –y sólo por la declaración de intenciones- pondría un “me gusta” con un pulgar en alto de tres pares de narices y vuelta al ruedo. Continúa el diálogo de presentación con un repaso detallado por las especialidades de la casa. Comenta los arroces, las fideuás y los suquets o cazuelas de pescado -marca afamada de la casa- pero entiende que a estas horas ya largas de la noche, aunque sólo sea por la contundencia de los platos, quizás no resulten hoy y en estas circunstancias, la mejor opción. Bingo de nuevo. Diez en profesionalidad. Con suma precaución pero muy segura de la calidad de los productos que ofrece nos recomienda tomar algunos platos para compartir tranquilamente y sin prisas. Su propuesta seduce, si. Seduce mucho. Pero que mucho. Lo pensamos. Berta nos concede tiempo. El tiempo justo. Imprescindible y necesario. Miro a las mesas de mi entorno donde descubro la contundencia de las raciones que sirven. Espectaculares en cantidad y en calidad. Repaso de nuevo la carta dado que, a tenor de las raciones que ofrecen, pongo freno de mano inmediato a mis primarias intenciones de compartir varios platos. Cambio de estrategia porqué no llegaría. Me retiro como los indios apaches frente al séptimo de caballería. Habrá –seguro- más batallas que librar en un futuro próximo que antojo y espero será reciente. La carta de Can Ton es corta pero con propuestas interesantes y a unos precios muy correctos. Tomo aire. Vista al frente. Bandera de sangre y oro sobre la roca de Sa Palomera. Ondea la senyera catalana. Espléndida. Señorial. El viento la mece con sabiduría. Finalmente me decido por compartir unos calamares a la plancha y una mariscada de la casa con langosta. Me asegura Berta que quedaremos bien. Visto lo visto en las otras mesas vecinas, no lo pongo en duda. Sonríe educadamente y se retira para dar el disparo de salida a nuestra suculenta comanda. Entretanto escojo el vino. La carta de caldos también es corta pero las referencias que contiene son muy acertadas. Diría que incluso ideales para el tipo de cocina que ofrecen. No hace falta más. Muy correcto. Los precios absolutamente honestos y equilibrados. Justos. Mucho más justos que en otros establecimientos de la zona. Se agradece y dice mucho a favor. Bravo por la honestidad.

Llegan los calamares. Bien presentados. Desprenden un aroma maravilloso que activa todas las papilas gustativas. Las habidas y las por haber. Lo presentía. De nuevo el experimento de Paulov toma el protagonismo que ya se manifestaba insinuadamente en la visualización previa de lo servido en otras mesas. Buenos no, lo siguiente. Tal como está de moda expresar cuando alguna cosa es mucho más de lo que en principio se esperaba. Fantásticos los calamares. Exquisitos. Acertada la cocción. Simples. Naturales. Un bien de Dios es Cristo. Adeste fideles. Música angelical. A lo lejos descubro la mirada de Berta que discretamente comprueba mi reacción. Está pendiente. Sonríe de nuevo y su sonrisa glorifica aún más el bocado de calamares y su fantástica explosión de sabor. Su discurso era cierto. Buen producto. Casero. Familiar. No podía ser de otra manera. Los ángeles no engañan. Los brothers tampoco. Primeras notas de la campana. Firma y rúbrica de que la experiencia será un éxito. Continúo y brindo a la luna. Elevo la copa. Lo celebro con un sorbo de vino blanco coupage de garnacha blanca y macabeo. Puro Empordà. Un Vailet de Cellers Espelt de Vilajuïga. Equilibrado. Armónico. Bien combinado.

Tiempo de espera mínimo entre plato y plato. El servicio en Can Ton reúne las mejores cualidades. Discreto, amable, atento y sobradamente profesional. Buena combinación. En justa mesura y en el estilo que es marca de la casa. Familiar. Imprescindible y obligada –a mi entender- esta profesionalidad, independientemente del tipo de restaurante que sea. Desgraciadamente no todos los establecimientos de restauración de primera línea de mar toman conciencia de esta característica tan necesaria. Bravo por el ejemplo que dan en Can Ton de Blanes.

Llega ya si la mariscada. Impresionante. Dudo en un primer momento si levantarme o hacer una genuflexión en señal de respeto y devoción. Copiosa. Muy completa. Apetecible. Bien compuesta. Exquisitas cigalas de Blanes (media docena y buen tamaño). Fresquísimas. Buenas gambas en igual cantidad y misma procedencia (para mi gusto quizás les sobraba un poco de cocción). Navajas (cuatro piezas de buen tamaño y sin arena). Buena ración de almejas y mejillones. En la cumbre una langosta atlántica partida (por el precio no puede ser mediterranea), sabrosa y en su punto de cocción. Todo ello un espectáculo y un placer para los sentidos. Merece la pena enfrentarse a un plato de esta envergadura. Relación calidad/precio excelente. Los brothers – Marc y Àlex (buenos los dos)- me habían advertido que disfrutaría. Tenía que haberles hecho caso mucho antes. Cuando los vea, les pediré perdón con unos Agnus Dei qui tollis pecata mundi y unos repetidos y penitentes ora pro nobis.

En cuanto a la carta de postres también corta pero equilibrada. Flanes y cremas catalanas de elaboración propia. Helados externos de muy buena calidad. Me apeteció un helado de mascarpone con confitura de higos que realmente estaba espectacular. Y así acabé mi primera experiencia en Can Ton de Blanes. Con la satisfacción del deber cumplido y con la sensación de bienestar que produce el hecho de tener un nuevo restaurante incorporado a la lista de preferidos. Todo ello mirando al mar y escuchando con placidez las campanas que hacía demasiado tiempo que tenían que sonar. Gloria y honor a Can Ton de Blanes por muchos años. Lo cantan las campanas y yo me las creo. Recomiendo una visita. Imprescindible reservar.

  • Calamares

    Calamares

Cookies en verema.com

Utilizamos cookies propias y de terceros con finalidades analíticas y para mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias a partir de tus hábitos de navegación y tu perfil. Puedes configurar o rechazar las cookies haciendo click en “Configuración de cookies”. También puedes aceptar todas las cookies pulsando el botón “Aceptar”. Para más información puedes visitar nuestra Ver política de cookies.

Aceptar