Esa mañana el cielo anunciaba que no era día de estar, entre chapuzón y chapuzón, rebozándose en la arena en una de las numerosas y magníficas calas de la isla. Hasta yo, que no destaco por vaticinar con tino el tiempo que va a hacer, sabía que era un día para buscarse un plan alternativo.

Así que, tras visitar a un antiguo compañero de colegio que decidió montar en Ibiza su empresa cervecera, nos dirigimos al bonito pueblo de Santa Gertrudis, no sin antes pedirle alguna referencia para picar algo en plan informal.

No lo dudó… “Hay poca cosa, pero yo siempre voy al Costa. Hacen unos bocatas…”, nos dijo con ojos desorbitados. Pues allí fuimos a parar, cobijándonos de la que estaba cayendo.

Abarrotado se encontraba el local, dividido en dos salas, la segunda más amplia y de ambiente “mediterráneamente” rústico, ruidoso, con un llamativo vaivén de personal y unas paredes repletas de cuadros de estilo variado. Espera de unos 10 minutos para lograr la mesa y ver la escueta carta basada en productos de charcutería. Pedimos a base de raciones para compartir al centro:

Jamón Ibérico.
Cecina.
Queso Manchego.
Sobrasada.

No se presta a mayor análisis lo degustado aunque la sobrasada era digna de mención, al igual que el queso que estaba en un punto ideal de curación. Las otras raciones cumplieron su papel sin destacar especialmente.

Acompañado por pan crujiente tostadito con tomate y AOVE, que siempre hace que este tipo de platos sepan mejor. Tres raciones concretamente.

Para beber cayeron siete cañas de cerveza rubia de barril.

En resumen, local donde picar algo básico sin mayor pretensión, ofreciendo un producto franco y que cumplió su cometido en nuestro caso.