Siempre nos ha gustado quedarnos en Madrid en agosto. Poca gente en la ciudad, trayectos recortados a menos de la mitad en tiempo, medio gas en el trabajo… Eso sí, casi todos los bares o restaurantes que nos gustan suelen estar cerrados, pero muchas veces ello nos da pie a conocer algunos que permanecen abiertos y que pueden resultar una sorpresa. La irrupción del espacio Platea Madrid ha sido una de las últimas novedades en la capital y como estaba abierto decidimos pasarnos a verlo. El espacio ocupa el antiguo cine Carlos III y es una obra impresionante, con dos plantas principales y un restaurante en una tercera altura, decoración futurista, luces cibernéticas, retroproyecciones, música ambiental, seguridad tipo discoteca de moda, en fin, todo muy “chic”.

Hay multitud de espacios distintos para comer algo pero todos con el mismo sistema. Hay que ir a la barra en cuestión, pedir los platos que se quieran y cuando estén te los llevas tú mismo a unas mesas centrales. Al menos la bebida sí que te la sirven. En esta primera (y última) incursión estuvimos en la barra de sushi de Shikku donde pedimos Maki Crunchy, Uramaki Ebi Fry y Uramakide Salmón y anguila con aguacate, todo simplemente correcto (15€), después en la peruana de Kinua donde pedimos el cebiche de marisco mixto picante y la ensalada de quinoa y pollo (23€), de nuevo aprobado justo, posteriormente en la pizzería Forte y Fortino donde pedimos unas flojitas pizzas Marinara y Speciale (8,5€), para terminar en Entrecortes con unas discretas hamburguesas de atún (6€). Todo muy artificial, con unas alarmas para indicarte cuando hay que recoger los platos, servidos en sus bandejas de plástico, en fin…poco presentable.Hay también una barra de cocina mexicana, una de “platos de cuchara”, una de ostras, un restaurante “más formal” asesorado por Ramón Freixa….ayayay.

Y para beber la cosa no fue mucho mejor, claro. El bar de la planta de abajo se llama Platea El Foso y tiene tropecientas referencias de cervezas, coctelería y destilados y apenas unas pocas de vinos, al final pedimos una botella de un correcto Gaba do Xil Godello 2013 cobrada al nada desdeñable precio de 18 euros, casi el triple que en tienda. Por lo menos esto te lo llevaban a la mesa con su cubitera (de diseño, por supuesto) y las copas eran unas correctas Schott.

Carteles por doquier que ponían algo así como “Paco Roncero, Marcos Morán, Pepe Solla y Ramón Freixa cocinan para ti”. Lo de Paco Roncero puede pasar, al fin y al cabo de un cocinero más preocupado por correr maratones que por cocinar me puedo esperar esto, pero que profesionales tan destacados como Pepe Solla o Marcos Morán hayan vendido su nombre a este engendro? ¿Tanto dinero les habrán dado?

Al final y sin postre ni copas terminamos por dejarnos casi 80 euros, que incluyéndolos hubiéramos superado los 100, vamos, precios de buen restaurante para un “fast-food” en toda regla, eso sí, en ambiente muy chic, quede claro.

Así pues, Platea es una clara metáfora del Madrid actual. Un espacio cultural que cierra y da pie a una obra faraónica con un coste desmesurado (dicen que han sido 60 millones de euros) que lo transforma en un contenido interno sin alma, sin lógica y sin pies ni cabeza. El resultado será, de no cambiar radicalmente, un futuro negro y abocado al fracaso. Y espérense que no lo terminemos por rescatar con el dinero de todos. Eso es Platea y esto es Madrid. Sálvese quien pueda…