Era un sábado normal, de una semana normal, haciendo la ronda normal de abastecimiento de víveres para la semana siguiente y, como sucede casi siempre, se hace tarde. Dice el refrán que Dios solo ayuda al que madruga y los sábados, ciertamente, no suele ayudarnos mucho. Camino de vuelta en el coche suenan las dos y, al parecer, el hambre también había subido a bordo. MC insinúa levemente:
- “¿Y si…?”
-“Mujer, si insistes…”
-“¿Que hay cerca?
-“Paco”, le respondo.
Tras una mirada cómplice, doy un volantazo brusco a la derecha y, sin saberlo todavía tomamos la dirección opuesta a aquel día normal, porque algo especial estaba a punto de suceder. ¿El qué? Simplemente unas kokotxas. ¡Pero qué kokotxas! Pensando en retrospectiva, quizá alguien sí que nos echó un cable esa vez, aunque fuera sábado y nos levantáramos tarde.
Tras llegar y saludarnos, Paco nos hace el favor de mantener la cadena del frio en aquellos alimentos perecederos que habíamos comprado y nos ofrece un aperitivo. No puedo resistirme al ambiente familiar que desprende esta casa. Echamos un vistazo a la carta y decidimos empezar los entrantes con unas croquetas caseras de rabo de toro sobre lecho de espinacas. Buenas. Seguimos con un sepionet a la plancha, con su tinta, sal negra, unos puntitos de alioli negro coloreado con la tinta del animal y un chorrito de aceite de la cooperativa de Viver. Divino, frescura absoluta, mojamos pan hasta que literalmente no pudimos más.
Como principales, MC se decide por el bacalao rebozado sobre lecho de titaina. Muy bueno, perfecto punto del rebozado y con ese sabor casero característico de la titaina. Plato muy correcto. Por mi parte, mientras estaba ojeando la sección de guisos caseros, divisé unas kokotxas de bacalao al pil pil. ¡Ostias que hoy es el dia! Para mi lamento y deshonra, debo reconocer que hasta ese momento no las había probado nunca. Menos mal que la primera vez ha sido memorable. ¿Cómo es posible disfrutar tanto con algo tan sencillo? Que espectáculo, desde ese día sueño con kokotxas. ¿Qué demonios es la gelatina esa? ¿“babilla” de los dioses? Mientras disfrutaba como un chiquillo rebañando la cazuela con la segunda ración de pan, Paco nos explicó su truquito personal para elaborar esta típica salsa y sabiendo de mi afición al picante me hizo una proposicion indedente: “Xe, a la próxima li posem una guindilleta” . Solo puede existir una respuesta: “kokótxame otra vez” .
En el apartado líquido, a parte del agua inicial, le pedimos consejo sobre el vino teniendo en cuenta nuestros gustos y nos recomendó un vino blanco italiano, Piccini, Memoro, elaborado a partir de variedades típicas de diferentes regiones italianas que, lamentablemente, soy incapaz de recordar. Acompañó perfectamente la comida. Para finalizar, como postre tomamos un helado de leche merengada, sobre base de orxata y espuma de mandarina amarga. Muy fresco y nada empalagoso, complemento inmejorable para la comida. Infusión y carajillo cremaet cerraron el envite.
Mientras volvemos con el coche, invadido por ese estado de felicidad típico de los días donde todo ha salido bien, aderezado además con ese toque especial del factor sorpresa, una reflexión va tomando forma en mi cabeza. Poder disfrutar un simple sábado del ¿crudo? invierno levantino, de una mesa cómoda y tranquila, junto a un ventanal inundado por un solecito de ensueño, se parece cada vez más a uno de esos pequeños placeres (quizá no tan pequeños), que demasiado a menudo damos por supuestos, cuando en realidad no deberíamos. Ojala que todas las veces que salgamos, solo disfrutemos la mitad que hoy.