Era la primera vez que iba y me sentí como en casa.
Este alegre y desahogado y luminoso establecimiento de las inmediaciones de la Universidad, tiene algo que te hace sentir cómodo, como si ya fueras cliente habitual. Hay ahí un puntillo, una atmósfera…
Indudablemente gran parte de la culpa la tiene Paco, el propietario, un tipo simpático, campechano y en el que percibes ganas de agradarte.
Y en esta ocasión, los otros culpables fueron los comensales, un lujo de compañía los tres, dos de los cuales son clientes habituales de aquí y nos arrastraron a los otros dos hacia esa familiaridad, hacia ese “ponerte las pantuflas”.
Tenía yo ganas de verdad de probar su ya célebre gazpacho marinero y, cómo no, fue el protagonista del menú que nos montamos.
Los dos habituales andaban un poco flojeras, así que los dos nuevos, recios y placeaos, tuvimos que forzarles para ampliar la hasta entonces raquítica comanda. ;-)
Al final, unas buenas entradas mediterráneas, entre las que destacó una excelente ensaladilla rusa, y el mencionado gazpacho marinero al que, estando rico, le eché en falta algo de pegada. El propietario, que estaba al quite, me comentó que estaba cocinado para el perfil cliente tipo, que, sabiendo ya mis gustos no me preocupara que a la siguiente le metería caña al mono.
Bien el tema vinos, tiene cositas en la cava, de la que extrajimos un par de espumosos y un riesling. Cerramos con un espectacular e inclasificable Sibaritus Goloso.
Sin duda, volveré, esta vez con mi familia, a tomar ese gazpacho manchego con ganancia de punch que Paco me ha prometido.