Un riad coqueto y delicioso a 3 minutos a pie de Jemaa el Fna.

Lo malo que tiene es que como está al otro lado de la plaza, en una bocacalle de una bocacalle de una calle del zoco, los taxis te dejan a freír puñetas y tienes que pasar por toda la plaza y un pequeño tramo de zoco con las maletas.

Una vez allí, no se puede estar mejor ubicado.

Cuando llegas da un poco de yuyu. Pasas por Jemaa el Fna por primera vez (qué espectáculo) te internas en el zoco (qué locura) tomas una bocacallejuela a la izquierda, otra más estrecha a la derecha, otra a la izquierda, ésta ya "siniestra" (qué canguele!). Glups!

Pero luego andas como Pedro por su casa. Marrakech es una ciudad extremadamente segura, por increíble que parezca.

En el callejón final, una puerta mejor que el resto, de madera claveteada, pero sin absolutamente ninguna rotulación, te da paso a este riad.

Tiene sólo 6 habitaciones, emparejadas, de modo que cada dos comparten un minihall.

Están dispuestas en la primera planta, alrededor de un patio muy luminoso y agradable que está en planta calle y en el que está la recepción, la zona de desayunos y una pequeña barra con un par de mesas con sillones.

Y en la planta sótano un minúsculo hammam, eso sí, precioso.

Las habitaciones son muy justitas, con mucho sabor. El baño es casi más grande que la habitación. No tienes ni tele, ni teléfono ni nada por el estilo. Una pequeñita caja fuerte en el armario, porque las habitaciones... no tienen llave.

No nos faltó nada en toda nuestra estancia y eso que la mitad de las veces nos olvidábamos de meter las cosas de valor en la caja fuerte.

El servicio lo componían dos chicas marroquíes de lo más simpáticas y serviciales. Muy bien. Como muy familiar todo.

Desayunos a base de zumo natural, café y te y dulces variados, nada salado. Correcto.

Volvería. Procuraré volver.